Lorenzo Silva: “Hago una reflexión acerca de la culpa, el castigo y la redención”

El escritor publica “El blog del inquisidor”

(Juan Carlos Rodríguez) Lorenzo Silva (Madrid, 1966) mira hacia atrás, hacia un proceso inquisitorial: el de las monjas del Monasterio de la Encarnación, acusadas de herejía en 1620. Lo hace, según afirma, para sondear “a los seres humanos con todas las tormentas, tempestades y revoluciones que somos capaces de vivir dentro de nosotros”. Una historiadora se encuentra un blog en Internet en donde un “Inquisidor” narra en primera persona el interrogatorio al confesor y la abadesa de San Plácido, Teresa Valle, cuatro siglos atrás. “Probablemente sea una de mis novelas más totalizadora, quizás por eso he tardado dos años en escribirla”, afirma Silva. También es, en su ya larga trayectoria, su novela más arriesgada. Eso es: misterio y fe, juego de apariencias y testimonio de la flaqueza humana. ¿Quién es ese misterioso inquisidor? A través de correos electrónicos, chats, Caro Baroja, Menéndez Pelayo o Kierkegaard, “Inquisidor” y Theresa, la historiadora, buscan la verdad de Teresa Valle y, sobre todo, la de su vida.

¿Veinte años llevaba dándole vueltas a la historia de Teresa Valle?

Sí. Realmente, llegué a la historia por casualidad, porque hace veinte años me llamaba mucho la atención la heterodoxia española y llegué a Caro Baroja de igual manera. Leí la historia del proceso inquisitorial del convento de la Encarnación en Madrid y de cómo su abadesa, Teresa Valle, había escrito cuarenta páginas para defenderse. Había sido condenada en primer lugar, pero luego fue absuelta. Me pareció extraordinario que esos pliegos en los que una acusada se defendía ante el Tribunal de la Inquisición aún se conservaran en la Biblioteca Nacional. Me parecía algo especial. Y cuándo lo leí… realmente me impresionó. Y los párrafos que recojo en la novela, de hecho, son literales, no le añado ni una coma. No me invento nada.

¿Culpable o inocente?

No sé si ella era culpable de todos los cargos, seguramente de alguno sí. Pero la sentencia, primero, dijo que sí, y después fue corregida. Esos son los hechos. Yo no puedo hacer más que imaginar. Sigo sin tenerlo claro. Por eso no me servía para una novela histórica al uso. Quería ser fiel a los hechos y no quería dictar mi propia sentencia, sino que necesitaba transmitir las dudas que planteaba, porque no podemos saber si realmente tuvo prácticas heréticas o alumbradas. Me parecía mucho más interesante el proceso y, sobre todo, acercarme al personaje, dejando abierta la interpretación al lector.

¿Qué lectura se puede hacer en el siglo XXI de un proceso de la Inquisición de 1630? 

Pues toda una reflexión acerca de la culpa, del castigo y la redención. Que eso es, en el fondo, mi novela.

¿O sea, una reivindicación de la capacidad metafórica de la historia?

Sí, porque hay tres personajes básicos que se convierten en símbolos. El inquisidor, dispuesto a ejecutar los poderes de la Iglesia en un caso que había escandalizado a Madrid. El confesor, un tanto frívolo y con cierta pretensión carnal. En cierto modo, se convierte en un paradigma de la flaqueza humana. Finalmente, Teresa Valle, la abadesa, una réproba que es absuelta definitivamente por su capacidad de resistencia, de no hundirse, de defenderse.

¿Conviven también en usted esos mismos símbolos?

Yo creo que cualquier persona que haya vivido un poco sabe lo que es culpabilizarse, conoce cuándo no ha estado a la altura de las circunstancias y se ha sobrepuesto a un revés que tú mismo te has infligido. Ésta es la condición humana. Que no es ir triunfando de victoria en victoria sin ningún tipo de contratiempo, sino saber sobreponerse y convivir con los reveses. Porque hay capítulos de nuestra vida que no podemos borrar, hay que saber convivir con nuestra propia memoria personal. 

¿Realmente el verso de Borges que cita acerca de los inquisidores fue así? ¿Fueron verdugos que pudieron ser víctimas? 

No lo sé. Mi protagonista parece que lo tiene claro, pero no creo. Seguramente, algunos sí. Como Caro Baroja cuenta, la Inquisición no fue obra de frailes fanáticos, sino que muchos de los inquisidores eran simples juristas, una salida laboral entre comillas. Borges es excesivamente categórico.

¿Ha querido hacer con esta obra una revisión de la Inquisición?

No. Hay historiadores españoles que ya han corregido el tiro inicial de los europeos, que habían hecho una lectura protestante, propagandística, totalizadora, oscurantista y encarnizada. La verdad es que la Inquisición es algo más complejo. España fue el último país europeo en implantarla, tuvo menos víctimas y fue, desde el punto de vista jurídico, la más garantista de todas. Sin duda que fue responsable en gran parte del atraso del pensamiento español. Eso es evidente, pese a Menéndez Pelayo y su Historia de los heterodoxos españoles. Pero éste que cuento es un proceso de la Inquisición y no se quema a nadie, sino que es un caso en el que el Tribunal Supremo admite que se ha equivocado. Y en el proceso de las brujas de Zugarramurdi, que describe también Caro Baroja, se conserva un voto particular de uno de los jueces en el que afirma que ni hay brujas ni nada, que todo es un disparate y una venganza vecinal. Todo es más complicado de lo que parece, y con la Inquisición ha habido mucha propaganda. No la estoy defendiendo; admito que fue un lastre para el progreso de España y un horror desde el punto de vista evangélico, pero es más compleja de lo que dice la “historia negra”.

¿Tiene su novela una lectura religiosa?

Con los personajes del siglo XVII es indudable, porque los personajes tienen una intensa relación con la fe y con el pecado. Los del siglo XXI, aunque no sean fieles, se plantean una interrogación sobre la trascendencia. El novelista tiene que ceder espacio al lector, y a mí me gusta hacerlo. Por tanto, creo que esta novela ofrece reflexión tanto al lector creyente como al no creyente.

En cierto modo, pretende mostrar de dónde venimos…

Es evidentemente que este país, durante cuatro siglos, creció y se conformó bajo la horma de la Santa Inquisición. Y eso es indudable. La memoria histórica es más compleja de lo que se está planteando, hay que aspirar a que esta memoria sea integral, creíble y consistente. Si es selectiva no va a ninguna parte, porque reproduce aquello que se critica. Por ejemplo, para mí no hay ninguna diferencia entre versiones cinematográficas como A mí la Legión a otras que se han hecho desde el punto de vista contrario, pero que caen en los mismos errores. Claro que uno puede tomar partido ante la historia, pero asumiendo que la memoria, tal como yo la concibo, tiene que ser comprensiva, compasiva, además de responsable. Una memoria que no sea selectiva.

La fe y la literatura

¿Por qué la fe religiosa no es un tema de novela en España?

Porque ésa es una pregunta que ha perdido su normalidad para el intelectual español. O bien se ha puesto de moda un ateísmo militante o bien hay una sobreactuación evangelizadora. Quizás es una reacción a que la religión haya sido durante décadas un arma arrojadiza ideológicamente y haya dividido a los dos bandos de la Guerra Civil. Creo que es cuestión de tiempo que regresemos a esa normalidad.

Y no hemos hablado del riesgo que asume con esta novela, literatura a partir de Internet…

Claro que se puede hacer literatura a partir de internet. Da posibilidades nuevas, distintas, además de interesantes. Nos permite revisar los mecanismos tradicionales. En el fondo, creo que mi novela no es más que una versión contemporánea de las novelas de “el manuscrito encontrado en” o de las novelas epistolares. En vez de manuscrito hay un blog en internet, y en vez de cartas hay correos electrónicos o chats, que son pequeñas cartas simultáneas. Da mucho juego.

En el nº 2.640 de Vida Nueva.

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