Uriarte: “Cabemos todos en este pueblo, salvo aquellos que se autoexcluyan por su palabra o su conducta”

Homilía del obispo de San Sebastián en el funeral por Ignacio Uría traducida al castellano

(Vida Nueva) Reproducimos hoy, íntegra y traducida al castellano, la homilía de Juan María Uriarte, obispo de San Sebastián, en el funeral de Ignacio Uría, la última víctima de la banda terrorista ETA.

“Familiares, compaisanos, trabajadores y amigos de Ignacio.

Representantes del pueblo.

Estamos dolidos y hundidos. Un buen esposo, un buen padre, un buen empresario, un buen ciudadano, un buen cristiano es lo que han limpiado, como lo hace un cazador con un animal. Han matado a un hombre, a un hijo de Dios. Es lamentable y vergonzoso. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿En nombre de quién?

Han dejado lastimados y rotos a una esposa y a unos hijos. ¿Quien se arroga el derecho de infringir tan injusto mal?

Quieren meter el miedo a los empresarios de Euskadi y a sus trabajadores. ¿Éste es el camino de construir una sociedad? ¿Qué consiguen? ¿construir el pueblo o destruirlo?

Quieren negar, por el camino de la violencia, lo que justamente han decidido los representantes del pueblo y las instituciones. ¿Es esto respetar la voluntad de la mayoría? El desacuerdo es legítimo. La violencia, de ninguna manera.

Le han dado una puñalada tremenda a la esperanza, al aliento del pueblo. ¿Qué podemos hacer sin aliento? En nombre de la liberación, ETA nos trae la esclavitud. No es ningún salvador. Es un destructor.

Un hombre ha sido abatido como una pieza da caza.

Un hijo de Dios ha sido tiroteado como un criminal.

Una familia ha sido sumida en un mar de dolor.

Un empresario que brinda trabajo ha sido eliminado violentamente.

Un proyecto avalado democráticamente quiere ser neutralizado por la fuerza y la sangre derramada.

Una sociedad enfrentada a graves problemas ha sido de nuevo herida en su esperanza.

¿Es éste el camino para la liberación que ETA promete? ¿Qué liberación?

Con estas preguntas y reflexiones nos acercamos a la palabra de Dios para encontrar luz y consuelo. Isaías, ofrece al pueblo hundido y apenado un futuro mejor con la imagen de una comida copiosa, en la que no habrá lágrimas ni muerte. Esas mismas palabras nos ofrece hoy el señor. Nos las ofrece a los familiares, a los creyentes de Azpeitia, a los empresarios, a los trabajadores, al pueblo y a sus representantes. Nuestro Dios no nos va a dejar hundidos. Al final, nos acogerá en su regazo, como acogió a su hijo crucificado. Y en el camino, tendremos a los que caminamos buscando la justicia, la paz, la amistad y un futuro mejor.

Dios nos habla hoy y aquí por las palabras de Isaías. Él es fiel. Cumplirá su promesa. Nos dará la vida en plenitud junto a Él. Entretanto estará junto a nosotros, padeciendo y gozando, en todos nuestros afanes por vivir honestamente, solidariamente, en paz y en armonía y en todos nuestros esfuerzos por luchar con un corazón noble y limpio contra todo aquello que se oponga al predominio de estos valores.

Jesús hoy en el Evangelio, nos ha dicho cosas maravillosas: bienaventurados…. Señor, a pesar de que nos cueste, de nuestras lágrimas en los ojos y de nuestro corazón compungido, queremos creer tus palabras. Quizá hoy no podemos digerirlas ni entenderlas. Creemos que tú venciste el odio, el deseo de venganza y la violencia con la fuerza del amor.

Las bienaventuranzas recién proclamadas suenan a muchos como propias de un soñador utópico. Los mismos creyentes tenemos dificultades para entenderlas y asumirlas, sobre todo en circunstancias como ésta. Pueden parecer desmovilizadoras y ser entendidas como una invitación a la resignación pasiva. No se oponen a la justicia, a la lucha tenaz contra la violencia sangrienta que siembra terror; antes bien, la suponen. Pero nos avisan que para desarraigarla no basta la pura justicia; es necesario el amor a las personas, al pueblo. Sólo una justicia impregnada por el amor a todos es para Jesús y para su comunidad garantía del respeto de todos los derechos humanos de todos.

Nuestro peligro es el cansancio. El cansancio nos debilita. Como sociedad necesitamos todas las fuerzas. Otros pueblos han salido de situaciones peores porque no han dejado que el cansancio les venza. No estamos encadenados a este molino.

Tenemos motivos de sobra para sufrir y preocuparnos. Pero no los tenemos para perder la esperanza activa.

El mejor servicio que podemos dar los cristianos de Guipúzcoa a nuestra sociedad es mantener una esperanza permanente. 

Nuestra fe nos dice que porque Cristo ha muerto y resucitado, el bien es más fuerte que el mal. Que sus palabras y nuestras oraciones alimenten nuestra esperanza. Insuflar a nuestro pueblo la reserva inagotable de la esperanza garantizada por la Muerte y Resurrección del Señor es para los creyentes una misión inaplazable.

No os han tocado, estimados empresarios, los golpes más tolerables por parte de este azote de la violencia. Sintonizamos con la pesadilla que muchos sufrís en vuestra carne y en la de vuestra familia. Tenéis todo el derecho y la necesidad de contar en estos momentos con el apoyo neto de la sociedad y con la defensa eficaz de vuestra vida y vuestros bienes. Los trabajadores de las empresas amenazadas tenéis igual derecho a que se garantice al mismo tiempo vuestra seguridad y vuestro trabajo.

Sabed aparcar en el presente aquellas diferencias que impiden la paz posible. Pertenecemos todos a este pueblo. Cabemos todos en este pueblo, salvo aquellos que se autoexcluyan por su palabra o su conducta. En esta casa solariega de nuestro pueblo, la Iglesia os repite con persistente convicción: hagamos la paz entre todos y para todos.

Dos sentimientos me embargan al terminar esta homilía: ¿vale para algo la palabra en estos momentos? ¿qué puedo hacer yo, qué desea Jesús de mí, en la actual situación? Vale la palabra. Es necesaria la palabra. El ser humano ha ido pasando a lo largo de su trayectoria de la violencia al grito y del grito a la palabra. Vale especialmente la Palabra que hace lo que dice: la Palabra de Dios. No me cansaré de repetirla y de esperar en silencio orante la acción de Dios, encarnada en iniciativas y acciones humanas.

¿Qué puedo hacer? Proseguir y colaborar sin desesperar en toda iniciativa que conduzca verdaderamente a la paz posible. Entregar a esta misión mis horas, mis esfuerzos y mi vida entera. La paz siempre trae la cruz y merece por ella dar la vida”.

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