La vida monástica analiza en Roma su significado actual

El dicasterio para la Vida Consagrada celebra la Asamblea Plenaria, coincidiendo con sus 100 años

(Antonio Pelayo– Roma) Cien años al servicio de la vida consagrada era el título del congreso que tuvo lugar el 22 de noviembre en el Aula Magna del ‘Augustinianum’ de Roma para conmemorar el primer siglo de existencia de la que hoy se llama Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. Ya en el siglo XVI, el papa Sixto V creó en la Curia un organismo que atendía específicamente las necesidades del llamado “clero regular”, pero luego fue integrado en el que se ocupaba “de los obispos y otros prelados”. San Pío X, con la bula Sapienti Consilio de 29 de junio de 1908, le devolvió su autonomía; Juan Pablo II, en la Pastor Bonus (28 de junio de 1988), le dio su título actual. Para los no muy expertos en estas terminologías, es el dicasterio que se ocupa de todas las órdenes y congregaciones religiosas, tanto masculinas como femeninas, de los institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica, una galaxia numerosísima y de muy variados perfiles.

El acto lo presidió el secretario de Estado, cardenal Tarcisio Bertone, salesiano. Después de unas palabras de saludo del actual prefecto, el cardenal Franc Rodé, la ponencia central preparada por el claretiano español Aquilino Bocos –que no pudo estar presente por razones de salud– fue leída por el P. Eusebio Hernández, un agustino recoleto que desde hace años desarrolla en la Congregación una muy meritoria labor, como saben bien los obispos y los superiores de todo el mundo. 

Siguió a continuación una presentación de las “expectativas y colaboraciones” de los religiosos y religiosas, a cargo de los portavoces de la Unión de Superiores Generales, de la Unión Internacional de Superioras Generales y de la Conferencia Mundial de los Institutos Seculares. Al profesor Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de San Egidio, se le encomendó el responder a la pregunta de si la vida religiosa, tras siglos de historia no siempre fácil, tiene hoy un futuro y cuáles son las adaptaciones necesarias para interpretar eclesialmente los “signos de los tiempos”. Concluyó el acto el secretario de la Congregación, el arzobispo Gianfranco A. Gardin.

Este congreso era la continuación lógica y pública de la Asamblea Plenaria del ya citado dicasterio, en Roma del 18 al 20 de noviembre, con el tema La vida monástica y su significado en la Iglesia y en el mundo de hoy. Las cifras justifican por sí solas una atención preferencial: en este momento existen casi 13.000 monjes que viven en 905 monasterios en los cinco continentes, mientras que las monjas de clausura –que son 48.493– viven en 3.520 monasterios, de los cuales casi dos terceras partes están en Europa.

Atractivo universo

El de la clausura es un universo poco conocido y que resulta muy atractivo cuando se penetra en él de alguna manera. Lo ha demostrado el éxito inesperado de la película alemana El gran silencio, rodada hace tres años en la Cartuja de Grenoble, y de la serie televisiva Los pasos del silencio, de Ivano Balduini y Marina Pizzi, cuyos episodios reflejan, sin retoques, la vida diaria de diversas comunidades. Producida por Sat2000, la televisión de la Conferencia Episcopal Italiana, la serie es un magnífico instrumento promocional, porque hace “entender” con la fuerza de las imágenes algo a veces ininteligible para la mentalidad moderna.

En esa misma línea, junto a las ponencias de sesudos expertos masculinos sobre la vida monástica, en la Plenaria se dio voz al testimonio de algunas religiosas: la carmelita española María del Sagrario Fernández y la danesa Teresa Brennijmeijer, abadesa y presidenta de la Congregación Purísimo Corazón de la Beata Virgen María. También intervino para dar cuenta de sus experiencias la abadesa española María Teresa Gil, OP.

Una conclusión a la que se ha llegado en estos días es que el panorama de la vida monástica en el mundo está muy diversificado: “Junto a comunidades que se preguntan seriamente sobre la efectiva posibilidad de asegurar su presencia –se ha dicho–, otras tienen que afrontar un problema completamente distinto: cómo acoger y formar a jóvenes que todavía en buen número desean vivir una vida conforme a la de Jesús”. Las cifras de vocaciones varían, a veces de forma casi espectacular, de continente a continente.

En el discurso que dirigió a los miembros de la Plenaria –entre ellos, el arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián, religioso claretiano–, el Papa subrayó la antiquísima norma ascética que san Benito incorporó a su Regla: “No anteponer nada a Cristo”. “Cuando los monjes viven el Evangelio de forma radical –afirmó Benedicto XVI–, cuando los que se dedican a la vida completamente contemplativa cultivan en profundidad la unión esponsal con Cristo, el monaquismo puede constituir, para todas las formas de vida religiosa y de consagración, la memoria de lo que es esencial y tiene la primacía en toda vida bautismal: buscar a Cristo y no anteponer nada a su amor”. “Quien entra en un monasterio –dijo al final de su discurso el Santo Padre– busca en él un oasis espiritual donde aprender a vivir como auténticos discípulos de Jesús en una serena y perseverante comunión fraterna acogiendo a los posibles huéspedes como si fueran el mismo Cristo”.

Nuevo gesto ecuménico

En continuidad absoluta con la línea de diálogo ecuménico que caracteriza este pontificado, del 23 al 27 de noviembre visitaba Roma Su Santidad Aram I, Catholicos de Cilicia de los Armenios, acompañado por seis arzobispos, dos obispos y un grupo de medio centenar de fieles. Las relaciones entre estas dos Iglesias cristianas es cordial desde la primera visita a Pablo VI en mayo de 1967 del Catholicos Khoren, a la que siguieron otra en 1983 de Karekin II, y, muy poco después de su elección, la de Aram I a Juan Pablo II en 1997. Al final de estas dos últimas se firmaron sendas declaraciones comunes para reafirmar la “mutua voluntad de una cooperación constructiva” entre católicos y armenios.

Tras una visita a la Basílica de San Pedro para orar ante el sepulcro del primer apóstol, Aram I y su séquito fueron recibidos en audiencia privada por Benedicto XVI en la llamada Sala de los Papas del Palacio Apostólico. En su discurso, Ratzinger no omitió referirse a los “inenarrables sufrimientos del pueblo armenio” a lo largo del siglo XX y destacó la activa participación de la sede de Cilicia en el movimiento ecuménico. “Con toda seguridad –dijo el obispo de Roma–, la comprensión, el respeto y la cooperación que han surgido del dialogo ecuménico son una buena promesa para la proclamación del Evangelio en nuestro tiempo”. También aseguró al Catholicos que eran diarias sus oraciones por las poblaciones del Líbano y de Oriente Medio, de modo especial por los cristianos que viven en esos territorios afrontando enormes dificultades. 

LA CRISIS RETRASA LA ENCÍCLICA

Aunque nunca tuvo una fecha anunciada, se retrasa la publicación de la primera encíclica social de Benedicto XVI, que muchos esperaban para 2008. Una redacción no definitiva del texto está ya hace tiempo preparada, pero las nuevas circunstancias de la economía mundial obligan a un repensamiento de su enfoque general. A este propósito, el ministro italiano de Economía, Giulio Tremonti, ha recordado que fue el entonces cardenal Ratzinger uno de los primeros en advertir sobre el peligro que se nos venía encima. En 1985, en una ponencia sobre Iglesia y economía en diálogo, decía: “Se está cumpliendo la predicción según la cual el declive en el campo económico de una disciplina basada en los convencimientos religiosos y el relajo en las leyes podrán llevar a las mismas leyes que rigen el mercado al colapso”.

En el nº 2.638 de Vida Nueva.

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