Focolares, la presencia callada

Cuando el pasado 14 de marzo se consumió la vida terrena de Chiara Lubich, las reacciones de la sociedad  -de todo tipo de personas, procedencia y religión- no se hicieron esperar. Desde Roma, centro del catolicismo, hasta el lejano Oriente o Suramérica, alguna persona recordó a la fundadora del Movimiento de los Focolares.

Su legado se podría resumir en una imagen, la de los cientos de monjes budistas, encabezados por el rector de la Universidad de Chiang Mai (Tailandia), Ajahn Thong, orando a las puertas de la catedral de la ciudad, donde los católicos se reunían. Esa oración conjunta, esa unidad, fue denominador común en toda la vida de Chiara, y lo es en la vida de los miembros del Movimiento de los Focolares.

De hecho, la propia Chiara Lubich manifestó en alguna ocasión que si le pidieran una última palabra antes de morir para expresar el ideal del Movimiento, diría: “Sed una familia”. Esa familia que construyó respondió ante su muerte desde África, América Latina o Europa; desde cualquier rincón del planeta sin importar cultura o raza. En Corea del Sur, como es tradicional allí, se habilitó una sala de oración con una gran foto de la fundadora, incienso y un lugar para arrodillarse. Tampoco faltó el recuerdo desde España; fueron muchas las ciudades que se unieron en oración por Chiara Lubich.

El fruto de este movimiento, ya internacional, con presencia callada en muchos países, comenzó, como repiten los que han escrito sobre Chiara Lubich, “en tiempos de guerra, cuando todo se derrumbaba”. El lugar tampoco era especialmente grande, Trento (Italia), y, además, Silvia -su nombre de bautismo- vivía en una familia humilde. Por no conseguir una beca, no pudo ir a la universidad y, por ello, trabajó hasta que encontró su vocación, no sin mucho buscar. En un principio, tan sólo estaba segura de las vocaciones que no consideraba suyas, es decir, las más tradicionales: convento, matrimonio, consagración…

Cuando definitivamente siente la llamada a consagrarse, Chiara, nombre que había adoptado al hacerse terciaria franciscana, contagia muy pronto a todas sus compañeras. El Movimiento no estaba todavía definido por aquel entonces, si no es por el radicalismo evangélico. Más tarde, se establecen en una casita cuando la población de Trento se refugiaba en las montañas debido a la guerra. Esa casa era el “focolar”, que según definen miembros del Movimiento, “es el lugar donde el fuego del amor enardece los corazones y sacia las mentes”.

Desde un lugar pequeño, en guerra, y desde una familia normal y sencilla, se propaga al resto del mundo la obra de Dios. El mensaje traspasó primero las fronteras de la región y luego se extendió por Europa y el mundo. Pero no sólo se extendió geográficamente, sino también por todo tipo de personas y condiciones: laicos, casados… Según Igino Giordani, considerado cofundador del Movimiento, la espiritualidad que nacía significaba “una verdadera revolución teológica y social”.

Primeras dificultades

La nueva iniciativa pronto encontraría sus primeras dificultades en la propia Iglesia. A muchos obispos les provocaba bastantes preocupaciones pastorales y doctrinales por la novedad que había imprimido Chiara Lubich. La etapa duró unos 15 años, y se desarrolló en dos campos: el de los obispos, que estudiaron a fondo en qué consistía el nuevo movimiento; y el de los que seguían el carisma, que se sentían ya vinculados a la Iglesia.

El sufrimiento y las pruebas fueron constantes, como reconoce su fundadora, hasta que llega la aprobación por parte de la Iglesia católica, el 23 de marzo de 1962, firmada por Juan XXIII. El Movimiento fue denominado como “Obra de María”, ya que por “su típica espiritualidad, su fisonomía eclesial, la variedad de su composición, su difusión universal, sus relaciones de colaboración y amistad con cristianos de distintas Iglesias y comunidades eclesiales, con personas de otras religiones y de buena voluntad, y por su presidencia laica y femenina, demuestran un vínculo especial con María Santísima, madre de Cristo y de cada hombre”. 

En esta época, período del Concilio Vaticano II, los Focolares se caracterizan por la modernidad y la juventud. Destacan las baterías, guitarras, el sonido y la vistosidad de Gen Verde y de Gen Rosso, que se complementan a la perfección con el mensaje cristiano. Sus conciertos multitudinarios y la acción política y social. Es el momento en el que empieza a fraguarse una estructura más fuerte, más preparada. Se forman Familias Nuevas, Humanidad Nueva y movimientos sacerdotales y parroquiales. Más tarde, comienzan los encuentros de obispos amigos de los Focolares.

Uno de ellos, el arzobispo de Pamplona, Francisco Pérez, cuenta que para él este Movimiento fue “una luz de esperanza”. “Me ayudó a creer más en la Iglesia, en el Evangelio y en la relación con los demás, poniendo la caridad como reina de mis actos”, dice. Esa espiritualidad “sencilla y profunda”, reconoce, le impulsó a vincularse al Movimiento. 

Toda esta historia, todo este trabajo de Chiara Lubich y de sus colaboradores -no hay que olvidarse de Igino Giordani- desemboca hoy en día en una familia que Serenella Silvi ha definido en la revista Ciudad Nueva como un auténtico caleidoscopio, combinaciones de colores siempre distintas. “A partir de Chiara, se han formado grupos de personas que trabajan, por ejemplo, para renovar el arte, por una política a medida del hombre. Unos trabajan en ayuntamientos, otros, en colegios, en fábricas o en clubes deportivos… Mil colores distintos con una misma raíz”, escribe.

De todas estas realidades, han nacido iniciativas que tocan la realidad de los hombres sin despegarse del mensaje divino. Ahí está la Economía de la Comunión, calificada por los Focolares como “un proyecto apasionante y revolucionario”. Nació a principios de los 90 como una respuesta a la pobreza y tras comprobar que las formas tradicionales de beneficencia y ayuda a los pobres no son suficientes.

Otras empresas

En palabras de Chiara Lubich, la Economía de la Comunión propone comportamientos inspirados en la gratuidad, solidaridad y atención a los últimos en empresas para las que es connatural la búsqueda del rendimiento. “La Economía de Comunión no se presenta tanto como una nueva forma de empresa, alternativa a las que ya existen; más bien quiere transformar desde dentro las estructuras normales de una empresa, dirigiendo todas las relaciones intra y extra empresariales a la luz de un estilo de vida de comunión; siempre respetando plenamente los valores auténticos de la empresa y del mercado”, explica.

En concreto, esta iniciativa se basa en que los beneficios de las empresas se destinen por igual a proteger “a los más desvalidos”, a formar hombres abiertos a la “cultura del dar”, y a invertir en el crecimiento de la empresa. No son muchas, pero 700 empresas en todo el mundo se han adherido ya a esta iniciativa.

Otra de las iniciativas afecta al ámbito político, y está muy extendida en Italia. En España, desde su fundación en 2004, siguen los contactos con personajes públicos y con los distintos pueblos, identidades y culturas que conviven. El espíritu es el mismo que el de las demás obras: la fraternidad, y la idea de político es aquélla por la cual éste se encuentra al servicio de los demás, sin discriminación de patria, partido o religión. “Es -dicen en el Movimiento- la respuesta más innovadora a las tensiones y a los conflictos del mundo, tanto a nivel estatal como en las administraciones locales”.

La cultura también juega un papel importante en las obras de los Focolares. Su propuesta es una cultura de la unidad frente a la fragmentación y las diferencias de hoy, que el hombre sea el centro de los intereses culturales y, por todo ello, apuestan por el diálogo entre las diversas culturas en sus distintas expresiones.

Con este objetivo nació la escuela interdisciplinar Abba, que pretende trasladar el diálogo cultural de base a la comunidad científica en el espíritu de amistad y de comunión entre ellos. La entidad agrupa a profesores comprometidos en elaborar las primeras líneas de una cultura iluminada por el carisma de la unidad y se traslada a una red internacional de estudiosos, profesionales, estudiantes…, que profundiza en cada materia y promueve congresos, cursos formativos, seminarios y publicaciones. 

En lo social, destaca la iniciativa Humanidad Nueva, compuesta por laicos de las más variadas categorías sociales y profesiones, denominados “voluntarios de Dios”, comprometidos a renovar los distintos ámbitos de la sociedad, como la economía, las relaciones entre grupos, etnias y culturas, el derecho, la sanidad, el arte, la educación, la comunicación, la política… 

Todos estas derivaciones tienen un mismo denominador común, que se expresa en el amor, la fraternidad y la unidad llevadas a todos los ámbitos de la vida. Espiritualidad que llega hasta las relaciones más cercanas y primeras, como es la comunicación entre amigos a través de sms o correo electrónico. “Unidos”, muchos terminan sus mensajes.

El obispo Francisco Pérez destaca “la frescura espiritual” del Movimiento focolar y “la preocupación por la unidad dentro de la Iglesia, así como con otras denominaciones cristianas, con otras religiones y con los de otras convicciones”. De todas formas, considera que es necesario mejorar la propagación de esta obra.

“NO HAY QUE TEMER LA SECULARIZACIÓN, SINO ACOGER EL RETO”

Cinto Busquets i Paredes (Girona, 1961), licenciado en Bioquímica y Filología Catalana, ha pasado 17 años de misión con el Movimiento de los Focolares en Japón. Allí, decidió estudiar Teología en la Universidad de Sophia (Tokio) y, una vez terminados sus estudios, se ordenó sacerdote. Tenía 40 años. En 2003, se trasladó a Roma, donde trabaja. Durante este tiempo, se ha especializado en Teología de las Religiones, y se ha dedicado a escribir. Entre sus experiencias se encuentra su diálogo con la cultura japonesa. Cómo aprendió a escuchar, a callar… a proponer el mensaje cristiano a su tiempo. 

Para Cinto Busquets, su experiencia en Japón y el diálogo religioso que practicó allí fue “fabuloso”, una circunstacia que le descolocó. Formado en la tradición católica de España en los años 80, no entendía nada sobre las religiones orientales, no conocía nada. Sin embargo, se zambulló en un universo, como él mismo dice, “donde no se hablaba de Dios”, pero donde descubrió una riquísima experiencia espiritual de la que aprendió. “Para mí fue un gran reto y, como cristiano convencido que soy, aún lo es”.

Cinto Busquets, Shinto como le llamaban en Japón, pertenece al Movimiento de los Focolares, al que considera “un hogar donde cristianos de diversas Iglesias se sienten por el amor recíproco”. Para él, es una familia donde experimentar la presencia de Jesús vivo y, además, “una puerta abierta de la Iglesia católica hacia fieles de otras religiones y hacia personas de buena voluntad sin una afiliación religiosa específica”. 

Valora y pertenece al Movimiento de los Focolares porque se ha centrado en el corazón del cristianismo: el amor, y en  “insistir en lo que realmente es importante para cualquier ser humano: crecer en la capacidad de salir del propio caparazón y darse cuenta de que lo que nos realiza es vivir con fantasía inteligente en función de los demás”.

¿Lo mejor? “Las personas”, contesta Cinto, y ante la pregunta negativa responde sin vacilaciones: “Quizá tendríamos que esforzarnos más en tratar de comunicar el mensaje de unidad que nos caracteriza con palabras y maneras más adecuadas a las diversas situaciones culturales y generacionales que debemos afrontar”.

En su diagnóstico sobre el Movimiento, resalta las actividades ecuménicas o interreligiosas, que considera necesarias en este momento de la historia, y habla de la iniciativa de la Economía de Comunión como un proyecto “apasionante y revolucionario”. 

Para él, la figura paradigmática de esta realidad eclesial es, obviamente, Chiara Lubich,la fundadora, pero define a Igino Giordani, laico y casado, de gran talla cultural y humana y cuyo proceso de beatificación está bastante avanzado, como “una personalidad digna de conocer”. Sobre Maria Emmaus Voce, la actual presidenta, dice que “personifica muy bien el espíritu del Movimiento”.

Sobre la labor y misión que tiene en la Iglesia, Cinto considera que el mensaje que transmiten es el de anteponer “a todo, a todo, la fraternidad”. No teme la secularización, y así lo dice, y apuesta por acoger este reto de hoy. “La religión cristiana no se basa en un espiritualismo desencarnado, y, por lo tanto, nada humano puede ser ajeno a un cristiano”, concluye.

En el nº 2.638 de Vida Nueva.

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