Barceló, después de la tempestad

La cúpula de la ONU pone al pintor español más cotizado en la órbita mundial

(Juan Carlos Rodríguez) Esta cúpula es tan grande que no se puede abarcar con una sola mirada, tiende al infinito y aporta una multiplicidad de puntos de vista. Sólo se ven fragmentos, es imposible contemplarla en su totalidad, como pasa con el mundo”. La intervención del artista Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957) en la sala XX de la ONU en Ginebra, rebautizada como de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones, tiene proporciones ciclópeas. Cada uno contempla una imagen diferente según donde esté situado y la propia obra va variando de colorido, forma y perspectiva, según cambia la mirada del espectador a doce metros del suelo. Una obra viva, inabarcable. “La idea era multiplicar los puntos de vista, sugerir un multilateralismo literal, que es algo que tiene mucho que ver con las Naciones Unidas”, explica el propio pintor. Una cueva erigida con el fondo del mar, una cueva que es el ágora, el primer lugar de reunión, el diálogo necesario, vuelta hacia los orígenes, escenario mágico y poderoso, con las cuevas calizas de Mallorca en la memoria: “Siendo el origen de todo, no conozco nada más perdurable”. 

El mar, el origen de la vida, un diálogo abierto, una promesa de futuro. La obra impresiona. En la abstracción, Barceló ha inculcado el diálogo, los múltiples puntos de vistas, en las mismas entrañas de la ONU. La convivencia con el otro y la evolución de la vida. Azules claros y azules lacustres, naranjas magmáticos, carmesíes, violetas o lilas, blancos encrespados en el oleaje. Algunos han comparado esta explosión de color, de olas y de estalactitas (hasta dos metros de longitud y 50 kilos de peso, construidas en una nueva materia: nepóxido) con la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel. Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, responde: “Más que con la Capilla Sixtina, la cúpula tiene que ver con otras capillas maravillosas, como las de Manet o la de Rothko, y sobre todo con Altamira. Está en la tradición moderna que representa no el poder, sino la diversidad del mundo y la ciudadanía. La obra será muy importante para él y para el siglo XXI. Y es la mejor proyección posible de la modernidad española”. A Barceló siempre le ha gustado mucho ese mundo y esos referentes. Pero no. A Barceló no parece hacerle mucha gracia que le comparen con Miguel Ángel: “Lo vivo un poco mal. Siento mucha devoción por Miguel Ángel y me abruma muchísimo”. 

Mar y cueva

Ya había colgado muchas veces sus lienzos bocabajo, pintándolos tumbado en el suelo. A Barceló le atrae la fuerza de la gravedad, el azar, el punto de vista que toma de El libro de arena, de Jorge Luis Borges, autor que admira y que está enterrado en Ginebra: “Es una buena metáfora del mundo; representa el mar, con sus corrientes de Sur a Norte, un mar agitado sobre las cabezas con grandes espacios de tranquilidad. Pero si te sitúas en el centro de la sala es como una cueva”, señala, a la vez que añade con orgullo: “Es una gran escenografía. He llevado la pintura a unos límites por explorar”. 1.300 metros cuadrados de bóveda. Nueve meses de trabajo. 35.000 kilos de pintura sostenidos en el aire y lanzados por un compresor. El propio Barceló reconoce que calculó mal, en principio, la magnitud del proyecto: “Me llevó mucho tiempo asumir ese gran espacio, interiorizarlo, darle sentido. Hablar de problemas técnicos es una buena excusa para alargar los proyectos, pero los hubo. Naciones Unidas debió pensar que nos habíamos instalado allí para siempre. Calculé mal la superficie”. La pieza, ya concluida e inaugurada el pasado 19 de noviembre, lanza al mundo sus metáforas: riesgo, solidaridad, innovación, diálogo, multilateralismo real, más derechos humanos. Arte simbólico, según el propio Barceló: “Un día de gran calor en pleno Sahel, recuerdo con la viveza de los espejismos la imagen del mundo goteando hacia el cielo”.

Barceló reinventó hace dos años el interior de la Capilla del Santísimo de la catedral de Palma de Mallorca con una obra de arcilla que cubría todo el ábside y recreaba el milagro de los panes y los peces. Como entonces, su obra en Ginebra no se ha abstraído del debate, que va más allá del dislate presupuestario. La prensa internacional ha coronado su talento. El Journal de Genève pregunta si Barceló “ha injertado suelo lunar en esta cúpula grandiosa”. Para Le Monde, hará “historia en este venerable edificio”. Para el Daily Mail, es “sensacional, una caverna que encandila”. ¿Qué piensa la comunidad artística? Hay opiniones para todos los gustos: desde quienes critican el precio desmesurado y no entran en cuestiones estéticas, a quienes se detienen en el elogio sin ambages.

Antonio López: “Es una polémica tonta porque lo importante es la obra. El hombre siempre se ha aventurado a hacer grandes creaciones. Si ha acertado, se olvidarán las críticas”. Luis Gordillo: “Cuando inauguraron la cúpula oí algunos discursos y todo parecía una obra de teatro dadaísta. Comparaban la cúpula con ideas fantásticas y decían que significaba la globalización o algo así. Esa obra la veo mejor en Miami o en una sala de juego de un hotel de Las Vegas, pero en el sitio donde está… Ahora, eso sí, hay que tener energía para pintarse 1.000 metros cuadrados”. Ignasi Alballí: “El arte ha de cumplir una función fundamentalmente reflexiva sobre la contemporaneidad y proponer al espectador una mirada crítica y consciente sobre lo que nos rodea, ofreciendo nuevos puntos de vista sobre la realidad. Obras muy sencillas formalmente, o simplemente gestos, pueden ser tanto o más eficaces y sugerentes que las grandes obras, que con frecuencia no van más allá de su espectacularidad”.

Inauguración con polémica

La inauguración de la cúpula de Miquel Barceló para la sede de las Naciones Unidas en Ginebra estuvo precedida de una cruda tormenta política. La obra, que es un regalo de España al organismo internacional, tuvo, primero, que hacer frente a las críticas por su elevado coste, 20 millones de euros para la rehabilitación global de la sala, financiados por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación y la Fundación Onuart, el conglomerado de trece empresas privadas y organismos públicos que tiene como presidente de su patronato a Miguel Ángel Moratinos. Entre las empresas figuran Telefónica, el Grupo Santander, Repsol, la Caixa, Iberdrola, la Fundación Areces, el grupo Barceló y la Caja de Galicia. Según Moratinos, el 60% del coste final (11,1 millones) proviene de entidades privadas, asumidas por las entidades que componen Onuart, y el 40% restante (7,4 millones) es una contribución del Ministerio de Asuntos Exteriores. Aquí es donde hay que contabilizar los polémicos 500.000 euros detraídos del Fondo de Ayuda al Desarrollo, justificados por el Gobierno por la ayuda a la ONU. 

La ONU decidió restaurar su edificio en Ginebra. Ahí es cuando apareció el Gobierno de Rodríguez Zapatero y su Alianza de las Civilizaciones decididos a dar muestra de la generosidad y la modernidad española, sin medir del todo el presupuesto. El encargo le fue ofrecido a un artista como Miquel Barceló, con un prestigio internacional fuera de toda duda en marzo de 2005. Hasta abril de 2007 no se comenzó. La ONU subastó la remodelación de la sala en cuatro millones de euros (financiación al mejor postor), Barceló pidió seis de honorarios y diez para desarrollar técnicamente el proyecto, incluida la rehabilitación integral de la sala y su mobiliario. Rodrigo Rey Rosa, que prepara un libro en el que narra los nueve meses de Barceló en Ginebra, anuncia que el artista mallorquín, que vive durante el invierno en Malí, dedicará parte de sus honorarios a proyectos de cooperación en África. Algo que el pintor suele hacer metódicamente año tras año. Barceló es el pintor español más cotizado del momento en el mundo. Una simple acuarela llega a alcanzar, aún en medio de la marejada de la crisis, hasta 200.000 euros.

En el nº 2.638 de Vida Nueva.

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