Miguel Ángel Sebastián: “En África tenemos un ‘tsunami’ cada semana”

Obispo de Lai (Chad)

(José Carlos Rodríguez) Extraña mucho que un aragonés de pura cepa comience la mayor parte de sus respuestas con “Nosotros los africanos”. Y es que parece que desde que Miguel Ángel Sebastián llegó a Chad hace 31 años intuyó que iba a quedarse allí para siempre, formando parte de un pueblo que él describe con cariño de pastor como “duro pero muy generoso”.

Es posible que esta dureza se deba a tener que vivir en un país que sigue estando entre los diez más pobres del mundo y donde “desde siempre ha habido guerras”. Este misionero comboniano de 57 años es, desde 1998, obispo de Lai, en el sur del país, un lugar donde “la gente depende de lo que cae del cielo, y a menudo cae muy poco”.

¿Qué experiencias guarda de sus primeros años como misionero?

Tuve la suerte de llegar a Chad muy joven, con 26 años, y me lancé con ganas a aprender la lengua mbai y la cultura. Fueron unos años muy bonitos, porque como no tenía medios materiales, iba a visitar las comunidades de mi misión de Moisalá en bicicleta, me paraba a saludar a la gente y me quedaba a dormir en sus poblados. Pasé muchas noches felices con ellos alrededor del fuego, escuchándoles. Era una parroquia que había sido fundada por los jesuitas hacía pocos años y había pocos cristianos. Así que cuando llegaba a una aldea, iba primero a saludar al jefe y pedía poder hablarles de Jesucristo. Siempre empezaba diciendo: “A Dios ya lo conocéis porque lo conocían vuestros antepasados, ahora vengo a hablaros de Jesús, que es ese Dios que se hizo hombre”.

Ya por entonces Chad era un lugar conflictivo…

Así es. En 1979 estalló una guerra civil, y el país -que tiene grandes diferencias culturales entre el Norte arabizado y el Sur negro- quedó dividido en dos y empezó una espiral de violencia y venganzas. Cuando el Sur se rebeló, en el Norte empezaron a matar a sudistas, y en el Sur hubo represalias contra musulmanes. Sólo en Moisalá, de 7.000 habitantes, mataron a 400, entre ellos, 60 mujeres y niños. Yo me vi atrapado en aquella situación porque en nombre de la comunidad apostólica organicé la ayuda a las viudas y huérfanos, y eso me convirtió en enemigo de la gente que hasta el día anterior yo creía que me aceptaban. Fue muy duro, tuve que cambiar de lugar y aprender una nueva lengua, pero aquello me enseñó a ver las cosas con menos romanticismo. La guerra continuó y yo seguí hasta 1988. Aprendí que cuando sufres con la gente te unes a ellos más.

¿Cómo es su diócesis de Lai?

Tenemos 650.000 habitantes, de los que la mitad -según el último censo- se declara católica, aunque los bautizados apenas llegarán a los 100.000, más 25.000 catecúmenos. Tengo 22 sacerdotes, 10 son chadianos. A pesar de estar en el sur, la realidad cultural de Lai es diferente (se hablan 20 lenguas distintas), aunque la pastoral en conjunto de Chad es muy similar, ya que siempre hemos unido ­mucho el anuncio del Evangelio con el ­desarrollo, y también se ha insistido en las comunidades de base y en la formación de los líderes. La mayor parte de nuestros diocesanos son agricultores que dependen de los cultivos de mijo, arroz y algodón.

¿Cómo puede ser Chad el quinto país con menor desarrollo humano en el mundo, teniendo tanto petróleo?

Algunos organismos como Transparencia Internacional ponen a Chad como el primer país más corrupto del mundo. Desde 2003 funcionan en la región sureña de Doba, bajo patrocinio del Banco Mundial (BM), unos 500 pozos en los que compañías estadounidenses (como Eson y Texaco) y malayas extraen el preciado líquido. Todos estamos de acuerdo en que el petróleo es una riqueza que Dios nos ha dado para el bien del pueblo, pero la mala gestión ha provocado nuevos problemas sociales. En el año 2000, el Banco Mundial nos consultó a los obispos y dijimos que el beneficio debía alcanzar a todos los chadianos, pero que con la administración tan catastrófica de nuestro país no estábamos preparados para que llegara a todos. El presidente nos acusó de no querer el bien de la nación, pero la realidad nos ha dado la razón, por desgracia.

¿Y el Banco Mundial, qué ha hecho?

Preparó hace algunos años, junto con el Gobierno de Chad, un proyecto modelo, según el cual el 5% de los beneficios iría directamente a la zona donde están los pozos, el 15% se guardaría en bancos europeos para las futuras generaciones y el 80% restante se invertiría en salud, educación e infraestructuras. Nada se ha cumplido, pero el BM no ha tomado medidas. Además, se negociaron mal los acuerdos con el consorcio de empresas, y sólo el 12% de los beneficios del petróleo son para Chad. Lo más vergonzoso ha sido que el Gobierno decidió unilateralmente que esa parte del 15% “para el futuro” se desviara a gastos militares, con la excusa de que Chad tiene muchos enemigos externos.

Sin embargo, el conflicto que sufre ahora Chad ¿no es más bien una guerra civil?

Por desgracia no se acaba de reconciliar a todos los grupos. Hay un grupo rebelde formado por gente que ha participado antes con el actual régimen. En la práctica es una lucha por el poder donde la gente se mueve por pura ambición. Un hecho muy paradójico es que China, que vende armas al Gobierno de Sudán (que apoya a los rebeldes chadianos) y de donde saca mucho petróleo, ahora ha venido a Chad buscando más petróleo.

¿Qué hacen los obispos por la paz?

La pasada Navidad hemos pedido una solución que venga del diálogo, y que los grupos armados rebeldes se transformen en partidos políticos. Ha habido intentos de negociación, pero, por desgracia, cuando se alcanzan acuerdos nunca se cumplen. También ayudamos a algunos de los 300.000 desplazados por la guerra de Darfur con la gestión de tres campos de refugiados en el Este del país por parte de Cáritas desde hace tres años.

Usted es presidente de Cáritas Chad. ¿Cómo trabajan?

Seguimos la filosofía del desarrollo integral de la persona, sobre todo en el mundo rural. Nos ocupamos de emergencias, como los refugiados, y de la formación de campesinos, proyectos de salud, prevención y atención a enfermos de sida, construcción de pozos y educación. En estas actividades queremos que ellos sean los actores de su propio desarrollo.

Chad lleva con distintas guerras desde hace 30 años. ¿Por qué tarda tanto la comunidad internacional en intervenir en estos conflictos olvidados?

Porque es más fácil intervenir cuando hay desastres naturales o en guerras que tienen más publicidad. Pensemos, por ejemplo, en la rapidez con la que se actuó con el maremoto del Sureste Asiático en 2004. Igual que todos los esfuerzos para ayudar a los necesitados son encomiables, no hay que olvidar que en África tenemos un tsunami cada semana, pero el mundo político internacional no reacciona con la misma rapidez ni hace lo suficiente. Ni con el problema de Darfur ni con otros, como en el caso de la R. D. del Congo, que sangra sin parar, pero no interesa detener la hemorragia. Los países occidentales deberían ayudarnos a encontrar soluciones de verdad para África, no sólo entrar aquí para llevarse nuestras riquezas.

¿Y España?

España no conoce África. Ni los políticos, ni los diplomáticos ni los militares. Ojalá que por lo menos la Iglesia española siga apoyándonos cada vez más. Afortunadamente, hay comunidades autónomas, organismos privados y distintas personas que nos ayudan.

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