La audacia de la fe

Nuevo libro sobre el cardenal Martini

(Pedro Ortega Ulloa) Carlo Maria Martini, arzobispo emérito de Milán, vuelve a estar de actualidad, con la publicación en España de Coloquios nocturnos en Jerusalén, en la primera quincena de septiembre, a cargo de la editorial San Pablo. El libro -que surge en las conversaciones de Martini con Georg Sporschill, SJ- recoge las reflexiones del cardenal acerca de su visión de la Iglesia, proponiendo caminos de reforma. Vida Nueva adelanta sus contenidos más sustanciosos, analizados por Pedro Ortega Ulloa, rector del Seminario de Jaén.

Abrir puertas

“Cuando en la Iglesia las cosas se tranquilizan demasiado, cuando en la sociedad se extiende un sentimiento de hartazgo, percibo el anhelo de Jesús de arrojar a la tierra un fuego llameante de entusiasmo… Donde todavía hay conflictos está ardiendo el fuego, está actuando el Espíritu Santo”, reconoce el cardenal Martini en unos largos diálogos durante las noches de Jerusalén con el P. Georg Sporschill, jesuita austríaco dedicado a los niños de la calle en Rumanía y Moldavia. Jerusalén es la imagen de la fe con todas sus dificultades. Y en ella han tenido lugar estos diálogos, que abren a una esperanza más fuerte. Su lectura abre puertas .

El P. Georg siente que las reflexiones y las respuestas del cardenal hacen mirar hacia una Iglesia audaz y creíble. Los conflictos que el Evangelio provoca a la Iglesia misma y las dificultades que los “de fuera” le presentan no son motivo de inquietud o queja, sino una oportunidad de gracia.

El coraje

“¿De dónde ha sacado usted sus fuerzas y su coraje?”, pregunta el P. Georg. Y responde Martini que, por su dedicación como profesor de Sagrada Escritura y como obispo, ha ocupado mucho tiempo en la lectura y escucha en silencio de la Biblia. Aquí está su fuente. El Evangelio es la mayor riqueza para quien tiene responsabilidades, dice, y de él vienen respuestas que fortalecen y preguntas que abren caminos nuevos. Un cristiano que busque ser libre ha de tener un encuentro constante con la Palabra de Dios. La Biblia ayuda a crear personas con fortaleza interior. Y para un verdadero diálogo en la Iglesia, los obispos necesitan interlocutores conscientes y seguros de sí que les obliguen a pensar. Estas conversaciones no sólo miran al futuro sin angustia, sino que buscan hacerlo presente. Esta presencia anticipada es lo que expresa la palabra “coraje”, tantas veces repetida en estos diálogos, coraje que el cardenal extrae de su cercanía a la Sagrada Escritura.

Los jóvenes

En muchos momentos se habla de los jóvenes. El cardenal reconoce que la juventud no cumplirá su tarea, tarea que hará avanzar a la Iglesia, si en su espontánea naturalidad y en su intacto idealismo no criticara y desafiara a gobernantes, responsables y maestros. ­Pero es consciente de que, habiendo hoy más libertad y bienestar en los jóvenes, hay menos crítica, y rara vez toman grandes decisiones. La situación vital del joven rico del Evangelio se repite en muchos.

A pesar de esto, la Iglesia ha de buscar corazones ardientes, jóvenes que pongan su vida a disposición de Dios porque sean amigos de Jesús. Hay en estos diálogos unas palabras sobre la amistad en el evangelio de Juan que merece la pena leer atentamente: “Juan, el discípulo amado, es mi acompañante en la amistad con Jesús”. De estos amigos de Jesús brotará algo nuevo. Puede haber equivocaciones, pero lo importante es el hecho de que sólo los audaces cambian el mundo para bien.

La justicia

Hay un breve y vibrante último capítulo que sabe a poco. Haría falta una mayor explicitación de “Dios y su justicia”. La suerte del profeta resuena en estas páginas: “Tal vez haya que renunciar al éxito para tener éxito”, afirma Martini. En nuestras sociedades “cristianas” parece que la Iglesia no se empeña apasionadamente por la justicia. ¿O no percibe la injusticia? Responde el cardenal hablando de una realidad (el “pecado del mundo”) y de una característica del mismo: su capacidad de ocultamiento. Llega a hacerse “amable” el rostro del pecado. Las mil formas de justificación llevan a habituarnos al pecado, por lo que resulta difícil su desenmascaramiento y su eliminación. La actuación del profeta Natán ante David es necesaria por la amabilidad del “pecado del mundo”. Si en nuestros países “cristianos” no se percibe este pecado del mundo, estamos ante un signo inquietante. Y enumera Martini algunos de estos pecados globales que no hay que reducir a debilidades personales.

Termina preguntándose: ¿habrá gente que esté dispuesta a luchar con Jesús contra la injusticia aunque esta lucha le traiga desventajas, injurias y sufrimientos? ¿Habrá jóvenes que vivan con Jesús y como Jesús esta audacia?

Capítulos vivos

Siete capítulos vivos tiene este libro: los cimientos del vivir, la necesaria audacia, los amigos, en la cercanía amorosa de Dios, aprender a amar, Iglesia abierta y lucha por la justicia. Tres rasgos colorean las reflexiones: una experiencia de gracia, el crecimiento posible y una voluntad de discernir.

En todos los temas el cardenal reconoce cuanto ha recibido. Está entrenado en “traer a  la memoria los beneficios rescibidos de creación, redempción y dones particulares” que dice san Ignacio al presentar, en sus Ejercicios Espirituales, la ‘Contemplación para alcanzar amor’. Este estilo de sus reflexiones resulta novedoso, pues eso de no buscarnos a nosotros mismos, no ser nosotros el centro de nuestro vivir, sino reconocer lo recibido, resulta difícil para nuestra cultura. Y entonces le sucede, dice, que “mi confianza se ha hecho más grande y más fuerte que la desgracia”.

Otro rasgo es el impulso al crecimiento posible. Así lo manifiesta, desde la expresión ‘magis’ (más) que aparece en los escritos de san Ignacio: “La gratitud lleva al magis(más). Quien se da cuenta de su dicha, quiere más. Se siente descontento con el mundo y adquiere una percepción de las necesidades, de lo que él mismo puede hacer. La palabra clave magis(más) describe la dinámica que se puede experimentar cuando se entrega la propia vida por otros. No se trata de una doctrina que mortifique la vida. Por el contrario: adquieres una vida más rica, más interesante cuando encuentras tu tarea, la tarea que Dios ha previsto para ti. ‘Más’ es el movimiento hacia aquello superior”.

El tercer rasgo es una convicción que se deja traslucir en la forma de tocar los temas: las cuestiones nuevas que los jóvenes o la sociedad plantean hoy a la Iglesia son ocasión de búsqueda. Estas cuestiones presentan la necesidad de un nuevo discernimiento. En la permanente búsqueda de lo nuevo aparece la confianza en la Iglesia, la Iglesia es de Dios. Esta búsqueda tiene siempre detrás un saber de la palabra de Dios que es más que un conocer. La limpieza y naturalidad con las que enlaza la Palabra y la vida es ejemplar.

Hablando de cimientos…

El primer capítulo habla de Dios, Jesús, la Iglesia, la conciencia, el sufrimiento, la identidad cristiana… Estando en la amistad con Jesús, Martini experimenta a Dios como Dios bueno que “me ha conducido toda mi vida y (…) ha colocado junto a mí personas que me han apoyado y necesitado”.

Pero el camino hacia Dios es hoy para muchos una pretensión imposible. “La Iglesia no necesita nada con mayor urgencia que ese tipo de maestros o acompañantes que sepan conducir a otros a la relación con Dios”. Hacen falta acompañantes que ayuden a responder a la pregunta: ¿cómo buscar y encontrar a Dios? Martini indica un camino.

En primer lugar hay que preguntarse para hallar la propia vocación. Quien se pregunta qué debo y puedo hacer, sentirá que Dios le necesita y acompaña. Pero cuando los grandes ideales se diluyen, la vocación no aparece y aún más, se impide. Y aquí la riqueza es un peligro, pues no deja que brote la pregunta por lo que puedo y debo hacer.

Otro lugar, la oración. En ella Alguien me impulsa a ir más allá de mí mismo y me sostiene en mi debilidad. Hay que ejercitarse espiritualmente: oraciones, retiros, acciones de compromiso social…

Otro momento que lleva al encuentro con Dios es el ejercicio de la propia misión: cuando regalamos dicha a otros yendo a su encuentro. Y otro lugar es la contemplación.

¿Cómo le es posible al hombre, inmerso en las ocupaciones diarias, a veces con un trabajo creador e ilusionante, otras con una tarea monótona y sin gracia, tener espacio en su interior para plantearse y recorrer este camino? El capítulo cuarto habla de los EE.EE., camino para la familiaridad con Dios y Jesucristo.

¿Y el mal? “Me quedo sin aliento [ante el mal] y entiendo a los hombres que llegan a la convicción de que Dios no existe”. Pero no queda aquí. Martini conoce los dinamismos de entrega generosa que la desgracia provoca. En el coraje para ocuparse de las desgracias surge la dicha. Hemos de buscarla. Para hacerla presente, hoy Jesús llamaría a tantos jóvenes con posibilidades para estar con él a fin de cambiar el mundo, que significa “liberar a los hombres de sus miedos, contener agresiones, eliminar la injusticias entre pobres y ricos”. ¿Tareas imposibles? Si sólo dependiera de nosotros… pero las personas han aprendido a confiar. En varios momentos de estos diálogos aparece una confianza inquebrantable en Dios y su presencia. Esto es fe viva.

¿Cómo trataría Jesús hoy a la iglesia?, se le pregunta al cardenal. Ella es la relación con Jesús. “La relación con Jesús, que puede crecer en todos, es para mí la fuente más profunda de sentido y de alegría de vivir”. Jesús disputaría con ella a fin de abrir nuestros ojos para ver más allá de nosotros mismos. Recordaría a los responsables de la Iglesia que “no deben estar cerrados sobre sí mismos, sino mirar más allá de la propia institución”. Jesús además fortalecería a la Iglesia dándole ánimos, ya que muchas cosas que suceden hoy son a causa del miedo y la indiferencia. “Nuestra Iglesia tiene debilidades. Sabiéndolo, nos relacionamos y fortalecemos mutuamente…”; la pregunta por ver quién tiene la culpa no soluciona nada.

Tarea de la Iglesia es acompañar a los hombres por el camino del amor. Aquí se amplía el horizonte de los coloquios. El amor en los jóvenes (“¿Hay acaso algo más grande que cuando los jóvenes están enamorados?”), la plenitud que el amor anuncia, el amor propio y original de Dios, las amistades de Jesús, su cruz…

¿Y la conciencia? Se habla de que la Iglesia carga la conciencia con sentimientos de culpa. No hay que tener miedo a la propia responsabilidad, dice el cardenal. Pero la sensibilidad cristiana no se alcanza con sentimientos de culpa. La sensibilidad de conciencia aparece al acoger grandes metas. Sin grandes metas desaparecen la sensibilidad moral y los sacrificios. No se trata de inquietar las conciencias con la maldad, sino de aceptar las metas de Dios en las que podemos cooperar. “La conciencia nos abre a las metas divinas de las que proviene la audacia en nuestra vida”.

En la cercanía amorosa a Dios

El cardenal cuenta cómo se encontró con la Compañía de Jesús y cómo vive los EE.EE. de san Ignacio, quien se dejó alcanzar por los hombres y sus necesidades y juntamente contaba con el poder de Dios. Así se explica su radicalismo, pues quien busca pobreza en lugar de riqueza, quien acepta insultos y desprecios en lugar de buscar honores del mundo, se torna en el ser humano más valioso que comienza a hacer verdad lo de Jesús: “Quien pierda su vida por mí, la encontrará”.

Y desde su espiritualidad ­afirma que si la Iglesia quiere servir a la juventud, necesita hoy con la mayor urgencia formar y poner a trabajar a muchos  acompañantes que sepan conducir a otros a la relación con Dios. Así se liberará en el joven la generosidad que descubre las propias capacidades al ponerse a disposición de Dios y al servicio de los hombres.

Creciendo en el amor

Pablo VI, “movido por una consciencia del deber vivida en íntima soledad y por un profundo convencimiento personal, publicó la encíclica ‘Humanae Vitae’. La encíclica ha destacado correctamente muchos aspectos humanos de la sexualidad”, pero la soledad de la decisión de Pablo VI no fue a la larga una condición favorable para el tratamiento del tema. Siguieron momentos en los que muchos ante la Iglesia vivieron desazón y lejanía.

Hoy vemos un horizonte más amplio para tratar estas cuestiones. Una nueva cultura de la ternura y un acceso sin prejuicios a la sexualidad. Pero la perspectiva cristiana ha de venir de otro lugar: ¿cómo es posible la entrega que edifique a otra persona? ¡La entrega que edifique! Es posible la renuncia cuando hay amor y entrega. La entrega es la cuestión en el tema de amor, sexualidad y transmisión de la vida.

Martini está plenamente convencido de que los responsables de la Iglesia pueden mostrar ahora un camino mejor que el que mostró entonces la Humanae Vitae. Se trata de vivir la sexualidad sin negar la dinámica que lleva dentro: no te deja satisfecho con lo que alcanzas. Te destruyes y destruyes la relación si te quedas donde estás. El crecimiento en el amor es la gran pregunta. Debemos  desarrollar una nueva cultura que promueva la ternura y la fidelidad. Aquí está también la familia. El cardenal puede ser acusado de políticamente incorrecto: “La protección de la familia y el ámbito sano para los niños, que, quiérase o no, provienen de parejas heterosexuales, es la inquietud más profunda de la Sagrada Escritura”.

Termina este apartado hablando del celibato y de la necesidad de “discutir la posibilidad de ordenar a ‘viri probati’, es decir, a hombres experimentados y probados en la fe y en el trato con los demás”.

El trabajo por la justicia

Sobre la influencia que ejerce la fe en la política, Martini dice que Jesús se empeñó apasionadamente por la justicia y quiso cambiar el mundo, presentando en su vivir la justicia de Dios, que es más que derecho y misericordia, y entregó su vida por ella. La Iglesia, algo totalmente nuevo en el mundo, instaurada por Jesús para traer la paz, sigue sus pasos.

Hoy reconocemos que el encuentro con los pobres y la lucha contra la pobreza son el lugar privilegiado para el encuentro con Dios en nuestro mundo. Y donde los cristianos asumen la “opción por los pobres” de Jesús han de contar hoy con la persecución.

Sobre la “estrategia política” de Jesús, él percibe las necesidades de quienes le rodean y despierta las fuerzas interiores de cuantos se han encontrado con los límites personales o sociales (se atreve a llamarles “dichosos”), forma a sus discípulos y les invita a mirar más allá de Israel. Ellos han de hacer sentir a todos el amor de Dios. Lo característico de Jesús es el amor a los enemigos. Su vida termina en la cruz. Esta entrega es posible desde la confianza en Dios. Martini apunta al final la fuente de esta estrategia: sustentando sus actividades, hay en Jesús una experiencia única y original de Dios.

Siendo sensibles al pecado del mundo, viene a la conciencia un sentimiento de impotencia. Uno no puede hacer nada, porque sólo miramos la desgracia. Cuando ayudo de verdad a un ser humano, percibo mi fortaleza; si hago algo en la lucha contra la injusticia, puedo contar con la ayuda y el poder de Dios.

Termina el cardenal con sabiduría cercana recomendando a los padres: “No olvides colocar también límites a tus hijos. Así aprenderán a soportar cosas difíciles e injurias, si es que la justicia es para ellos más valiosa que todo lo demás”. Poner límites para que haya justicia. ¡Hermosa perspectiva!

UNA PROPUESTA A LOS JÓVENES

Martini se siente atraído por la crítica y la limpieza que aportan los jóvenes. Habla de “audacia” cuando habla de los jóvenes, y habla de éstos cuando advierte su falta de presencia en la Iglesia y las energías que aportarían. Pero, ¿estamos en un tiempo que aliente nuevas energías espirituales? David, un joven que le plantea preguntas (“No sé qué hacer con la fe”), es ejemplo de una gran parte de juventud aquí y hoy: una fe dejada entre paréntesis, un bienestar vivido y unos intereses que le llenan. Así están muchos jóvenes. ¿Alcanzarán éstos a experimentar lo que sucede cuando se entrega la propia vida por otros? Ésta es la gran propuesta que ha de hacerles la Iglesia.

Martini recuerda su experiencia de escucha de la palabra de Dios. Unos miles de jóvenes se reunían con él en la catedral de Milán. Esta escucha capacita para otra escucha: al amar a quien sufre y es tratado injustamente, se despierta en el joven la capacidad de inventiva. Un joven puede poner su vida a disposición de Dios si llega a ser amigo de Jesús. “No hay otra cosa que yo desee con tanto anhelo como que hoy en día encontremos entre los jóvenes a algunos que sientan ese amor, que lo reconozcan y que, después, se arriesguen a tomar una gran decisión”.

De cómo Martini está entrenado en la escucha de la palabra se muestra su presentación de la visión de Joel y de los evangelistas san Juan -el amigo de Jesús- y san Lucas, el evangelista de izquierdas. Leyendo esto se puede reconocer que la palabra de Dios es para hoy. Este segundo capítulo del libro presenta, sin proponérselo, grandes líneas de una posible acción pastoral con los jóvenes.

SOBRE LA IGLESIA Y EL “MUNDO”

Frente a la inquietud ante una Iglesia “extraña” a la vida, con tendencias a mirar atrás, según la ven dos jóvenes que preguntan, Martini habla de la necesidad en la Iglesia de una radicalidad que es buena noticia. “La Iglesia no será atractiva por adaptación y por ofrecimientos tibios. Y confío en la palabra radical de Jesús, palabra que nosotros hemos de traducir a nuestro mundo (…) como Buena Noticia que Jesús trae”. Habla de algunas experiencias negativas del posconcilio. Pero a pesar de todo hay que “mirar hacia delante”, ir a todos, esto nos purifica y nos hace ampliar horizontes. El cristiano no tiene miedo al diálogo y buscan la cooperación con personas de ideas diferentes, con los buscadores y los descontentos. El cardenal recuerda que estableció en Milán una Cátedra de los no creyentes, en la que surgió la correspondencia y el libro ¿En qué creen los que no creen?, con Umberto Eco.

En lo tocante al papel de la mujer en la Iglesia, Martini pide que miremos a la Biblia; allí aparecen mujeres con papeles inusuales, con un coraje impresionante y con mucha imaginación salvífica. La mujer en la Iglesia ha de ser considerada compañera. Y en lo tocante al lugar de la mujer en la “conducción” de la Iglesia, Martini pide paciencia.

La fuerza de las necesarias reformas ha de venir desde dentro: escuchar al Espíritu y preguntar a los cristianos. Y entonces seremos inventivos para el alivio de la propia y ajena debilidad. El acompañamiento espiritual aquí es urgente.

Considerando las relaciones con el Islam, apunta Martini que la cercanía de las religiones monoteístas se hace tangible en el concepto bíblico central de “justicia”, el atributo fundamental de Dios. Dialogar y hacer propuestas sobre los hombres que viven la justicia será el camino para unas relaciones sanas.

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