“No los habéis perdido para siempre, es una marcha temporal”

Las víctimas del accidente de barajas reciben mensajes de esperanza y consuelo

(Victoria Lara/ Julio Roldán– Canarias) “Ojeda Pérez, Claudio” es tan sólo uno de los nombres que integraban la lista de los 162 pasajeros del vuelo JK 5022 de Spanair accidentado en el aeropuerto de Barajas. Su vida, como la de otras 153 personas, incluida la mayoría de la tripulación, se detuvo antes de llegar a su destino: Las Palmas de Gran Canaria, su ciudad natal. “Murió como vivió, peregrinando, de camino”, explica, en declaraciones a Vida Nueva, Eblerino Diez, provincial de Salamanca de la Congregación de la Misión (Padres Paúles), a la que pertenecía este misionero de 62 años, que pasó los últimos diez en Camerún.

En ese país había contraído la malaria, motivo por el cual se había quedado unos días en Madrid antes de reencontrarse con su familia en Canarias, donde tenía intención de pasar unas jornadas de descanso. Según asegura uno de sus hermanos, Carlos, “en un principio el viaje lo tenía para el 18, pero él me llamó y me dijo que lo dejaba para el 20 porque tenía que pasar aún por una de las parroquias en las que estuvo”. Efectivamente, antes de partir estuvo en Ayamonte y Sevilla, lugares en los que hace algunos años ejerció el ministerio sacerdotal. La misma mañana del día del accidente, el padre Eblerino estuvo charlando con él y se despidieron. Cuando el provincial vio en televisión la noticia del accidente, en seguida supo que era el vuelo del padre Claudio.

“Era un hombre lleno de vida, de ilusión, muy entregado a los más pobres entre los pobres, por eso hizo la opción de irse a Camerún. Sé por el actual superior general en Camerún que le quieren y le valoran mucho, porque él era quien llevaba adelante todos los proyectos para que hubiera agua potable y así acabar con los males endémicos en África, como el cólera”, narra el provincial, quien ha acompañado a los familiares de Ojeda desde su llegada a Madrid hasta que los restos del misionero pudieron ser identificados y llevados a su tierra natal, donde ya han recibido sepultura. Entre esos allegados estaba un sobrino del misionero, Luis Daniel Ojeda, quien, en declaraciones a Europa Press, destacó la labor de los profesionales que atendieron a las familias de las víctimas y además quiso recodar la entrega de su tío a los más necesitados y su constante dedicación por los demás.

Así lo ratificaba Eblerino Diez: “Como Jesús de Nazaret, entregó la vida para que otros tuvieran vida abundante. Ellos lo saben, y eso les consuela dentro del dolor: saber que su hermano murió de camino. Con la cantidad de peligros que ha vivido en Camerún, ha venido a morir a su país, donde hay tantos medios… Pero se ve que la fragilidad de la condición humana sigue estando presente en la vida de todos”. Estas palabras las hace extensibles al resto de familias que han tenido que lamentar la muerte de algún ser querido en este accidente y a las que admira por la entereza que han mostrado a pesar del desconcierto inicial. “En general, había bastante serenidad, dentro del drama, y sobre todo la incertidumbre de no saber nada”, cuenta el paúl.

Luto en Canarias

Al igual que Claudio Ojeda, la mayoría de los fallecidos eran de Canarias, por lo que el obispo de dicha diócesis, Francisco Cases, no dudó en interrumpir de inmediato su estancia en Alicante, su tierra natal, para desplazarse hasta el recinto ferial IFEMA de Madrid, donde declaró: “He estado con unos y con otros, tratando simplemente de coger una mano, de secar una lágrima o incluso de hacerla soltar”. El prelado destacó también que “en estos momentos todo se traduce en cercanía a la gente, compartir el dolor y hacer brillar la ­esperanza”.

Cases, que pasó más de 24 horas en Madrid junto a los allegados de las víctimas, afirma que ha pedido a Dios “para que la gente mantenga la fortaleza, para que sepamos ayudarnos y cogernos de las manos los unos de los otros para compartir lo que nos hace sufrir y lo que nos hace vivir”. Respecto a las situaciones que ha conocido de cerca, manifiesta que “cada caso es toda una historia de dolor y de amor, hay familias donde han muerto niños, también en las que han muerto los padres y los pequeños”.

La población canaria vive este luctuoso suceso como algo que afecta a todos, ya que prácticamente todos los municipios de Gran Canaria tienen alguna víctima entre sus habitantes. En las calles de Las Palmas, un gesto que demuestra el duelo de la población es el crespón negro de los taxis en la antena y el lazo negro impreso en un folio blanco que llevan las guaguas (autobuses urbanos) en el parabrisas delantero. Por todo ello, la Diócesis de Canarias ha querido sumarse a la celebración de un funeral por los fallecidos en el accidente aéreo. En un principio estaba previsto para el sábado 30 de agosto a las 6 de la tarde (hora canaria), pero las tareas de identificación de las víctimas han obligado a retrasar la fecha. Será en la Catedral de Las Palmas de Gran Canaria, y será presidido por el obispo Francisco Cases. Según el vicario, Hipólito Cabrera, “será una celebración diocesana abierta a todas las personas, donde todos los creyentes se congreguen para compartir a la luz de la fe este doloroso suceso”.

Cabrera también fue testigo en primera persona del dolor de los familiares de las víctimas, a los que acompañó en el aeropuerto de Gando, en Gran Canaria, durante las horas inmediatamente posteriores al accidente: “A la gente se le notaba no con desesperación, sino que con el dolor de una madre que ha perdido a su hija, había un dolor contenido pero con esperanza”. En cuanto a su vivencia personal, declara que “dentro de todo, experimenté un dolor contenido que viví con esperanza y con paz”.

El mismo mensaje positivo es el que ha tratado de transmitir a los afectados el capellán del aeropuerto de Barajas, Alberto García Ruiz, quien recurre a un pasaje de la Biblia para consolar a quienes han perdido a algún ser querido. “Cuando he estado con ellos les he apretado la mano y les he dicho que la muerte es la vuelta a los padres, volver a reunirse con sus mayores. Pensad de esta forma que no los habéis perdido para siempre, sino que es una marcha temporal para reunirse con los suyos, ese es el mensaje que transmite la Biblia”. García Ruiz estuvo en el lugar del accidente y allí fue dando la absolución bajo condición a los fallecidos y rezando por ellos: “Esto reconfortaba mucho a los familiares porque sabían que tiene mucho valor para una persona que ya está muerta”. Sin embargo, el capellán lamenta, en declaraciones a Vida Nueva, que, en cierto modo, se haya obviado en muchos medios de comunicación la nutrida presencia de sacerdotes y religiosos en IFEMA, que también han acompañado y consolado a quienes sufrían: “El apoyo humano y cristiano es muy importante para las personas”.

El Creador nos ha hecho vulnerables

El ser humano siempre trata de buscar respuestas a todo lo que le ocurre durante su vida, y cuando, como en este caso, se trata de una tragedia, muchas de esas hondas preguntas no tienen contestación: “¿por qué?”, “¿por qué a mí?”, “¿por qué a esos niños?”, “¿por qué a varios miembros de una familia?”. En opinión de José Carlos Bermejo, religioso camilo y director del Centro de Humanización de la Salud, cuando aventuramos respuestas como: “es el destino”, “si está de pasar, pasará”, etc., “caemos en un fatalismo que no se sostiene ni desde la fe ni desde el sentido común”.

“Dios mismo ha creado la libertad y el azar, la responsabilidad y la casualidad. Forman parte del dinamismo de la naturaleza y de la condición humana. Y por eso nuestra vida está también en las manos de ese Creador que nos ha hecho limitados, vulnerables. Él mismo está a merced de las leyes de la naturaleza, de los límites de la técnica. No pierde así su poder, que es sobre todo el del amor y la misericordia. Y no pierde así la compasión que muestra hacia los afectados, particularmente a través de las personas que salen al paso de sus necesidades”, afirma Bermejo.

No obstante, como experto en la materia, el director del Centro de Humanización asegura que “las explicaciones, las indemnizaciones, salen al paso de cuestiones necesarias y que cumplen su función. Su función también en el terreno psicológico y espiritual: un cadáver identificado y recuperado, una explicación sobre las causas del accidente, una indemnización, contribuyen a elaborar el dolor de la pérdida y a hacer frente a cuestiones concretas”. Pero advierte de que el apoyo psicológico y espiritual que se está prestando a las víctimas y a los familiares exige un seguimiento, pues “habremos de seguir muy atentos no sólo a la ayuda inicial, generosa y amplia, sino al proceso de elaboración del duelo y de ayuda a los enfermos, que se prolonga mucho en el tiempo y que, seguro, es menos vistosa, menos urgente, pero más sólida y necesaria”.

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