El espíritu que nos renueva

El Papa invita a los jóvenes a construir un futuro para toda la humanidad

(Diego Tenorio) El sacramento de la confirmación de 24 jóvenes procedentes de diversas partes del mundo sirvió al papa Benedicto XVI para ofrecer una catequesis sobre el Espíritu Santo y su acción hoy en el mundo y en la Iglesia, en el acto central de la Jornada Mundial de la Juventud. “He venido a confirmaros en vuestra fe, jóvenes hermanas y hermanos míos, y a abrir vuestros corazones al poder del Espíritu de Cristo y a la riqueza de sus dones”. Con estilo pedagógico, buscando la pregunta que urge una respuesta, el Papa planteó importantes y profundas cuestiones a los jóvenes congregados en el Hipódromo de Randwick, en Sydney, para la celebración de la Eucaristía con la que se cerraba la 23ª Jornada Mundial de la Juventud.

El acto concentró a más de 400.000 personas en un lugar ya familiar en los encuentros papales. Masiva presencia de jóvenes que ya en la noche anterior habían escuchado de labios del Papa una catequesis sobre el Espíritu Santo basada en la teología de san Agustín, siguiendo así la tónica de sus catequesis en Roma, que en este año han desgranado la doctrina del santo doctor de Hipona. Sistemático y con un propósito globalizante, el papa Benedicto XVI echó mano del profesor Ratzinger e hizo del Hipódromo un aula abierta para enseñar a los jóvenes, que le escucharon en medio de un silencio impresionante. El tema, tanto en la Vigilia como en la Eucaristía, fue el mismo: la fuerza renovadora en el mundo y en la Iglesia del Espíritu Santo, que es quien sigue fecundando a la Iglesia con vitalidad siempre nueva.

¿Qué herencia dejaréis?

Preguntas cruciales las planteadas por el Papa en la homilía de la Misa antes de impartir el sacramento de la confirmación para el que fueron presentados los confirmandos: “Queridos jóvenes, permitidme que os haga una pregunta. ¿Qué dejaréis voso­tros a la próxima generación? ¿Estáis construyendo vuestras vidas sobre bases sólidas? ¿Estáis construyendo algo que durará? ¿Estáis viviendo vuestras vidas de modo que dejéis espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad? ¿Cómo estáis usando los dones que se os han dado, la ‘fuerza’ que el Espíritu Santo está ahora dispuesto a derramar sobre vosotros? ¿Qué herencia dejaréis a los jóvenes que os sucederán? ¿Qué os distinguirá?”, preguntaba.

Y Benedicto XVI ofrecía a continuación las respuestas en esa su ya conocida estrategia docente para despertar el interés de los oyentes: “Una nueva generación de cristianos estáis invitados, fortalecidos y enriquecidos por el Espíritu, para contribuir a la edificación de un mundo en el que la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechazada o temida como una amenaza y por ello destruida. Una nueva era en la que el amor no sea ambicioso ni egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueva su bien e irradie gozo y belleza. Una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía y el egoísmo que degrada nuestras almas y envenena las relaciones humanas. Queridos jóvenes amigos, el Señor os está pidiendo ser profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a la gente hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad”, dijo el Papa ante la multitud, que lo escuchaba con un silencio espectacular.

Y continuó describiendo esa nueva era, a cuya renovación los jóvenes están llamados a colaborar: “El mundo tiene necesidad de esta renovación. En muchas de nuestras sociedades, junto a la prosperidad material, se está expandiendo el desierto espiritual: un vacío interior, un miedo indefinible, un larvado sentido de desesperación. ¿Cuántos de nuestros semejantes han cavado aljibes agrietados y vacíos en una búsqueda desesperada de ­significado, de ese significado último que sólo puede ofrecer el amor? Éste es el don grande y liberador que el Evangelio lleva consigo: él revela nuestra dignidad de hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios. Revela la llamada sublime de la humanidad, que es la de encontrar la propia plenitud en el amor. Él revela la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la vida”, dijo el Pontífice.

Pero no sólo en el mundo. También el Papa pedía un trabajo de renovación en la Iglesia: “También la Iglesia tiene necesidad de renovación. Tiene necesidad de vuestra fe, vuestro idealismo y vuestra generosidad, para poder ser siempre joven en el Espíritu”. Habló de cómo la Iglesia tiene necesidad de los jóvenes y de crecer en la fuerza del Espíritu: “¡Abrid vuestro corazón a esta fuerza! Dirijo esta invitación de modo especial a los que el Señor llama a la vida sacerdotal y consagrada. No tengáis miedo de decir vuestro ‘sí’ a Jesús, de encontrar vuestra alegría en hacer su voluntad, entregándoos completamente para llegar a la santidad y haciendo uso de vuestros talentos al servicio de los otros”. Era el eco de ese grito que Juan Pablo II había lanzado al mundo desde el inicio de su pontificado: abrir de par en par las puertas a la fuerza redentora del Señor.

Y el Papa tomó prestado del legado-doctrina de san Agustín el resto de su catequesis sobre el Espíritu Santo: “Haced que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duradero vuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión”, dijo resumiendo la doctrina agustiniana.

La unidad de la Iglesia

Pero la catequesis sobre el Espíritu Santo y su acción en el mundo también fue objeto de su atención en la Vigilia que, en el atardecer del sábado, congregó en el mismo lugar a los jóvenes que habían llegado para esta celebración festiva. Les habló del testimonio y fijó su atención en él: “Esta tarde ponemos nuestra atención sobre el ‘cómo’ llegar a ser testigos. Sabemos que el Espíritu Santo es quien dirige y define nuestro testimonio sobre Jesucristo, aunque de modo silencioso e invisible”.

Y de nuevo las preguntas: “Como testigos cristianos, ¿cuál es nuestra respuesta a un mundo dividido y fragmentario? ¿Cómo podemos ofrecer esperanza de paz, restablecimiento y armonía a esas ‘estaciones’ de conflicto, de sufrimiento y tensión por las que habéis querido pasar con esta Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud? -dijo el Papa haciendo alusión al Vía Crucis previo a la Vigilia-. La unidad y la reconciliación no se pueden alcanzar sólo con nuestros esfuerzos. Dios nos ha hecho el uno para el otro y sólo en Dios y en su Iglesia podemos encontrar la unidad que buscamos”.

Benedicto XVI aprovechó para hablar de la importancia de la unidad de la Iglesia y cómo “frente a las imperfecciones y desilusiones, tanto individuales como institucionales, tenemos a veces la tentación de construir artificialmente una comunidad ‘perfecta’. No se trata de una tentación nueva. En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de tentativas de esquivar y pasar por alto las debilidades y los fracasos humanos para crear una unidad perfecta, una utopía espiritual. Estos intentos de construir la unidad, en realidad la debilitan. Separar al Espíritu Santo de Cristo, presente en la estructura institucional de la Iglesia, pondría en peligro la unidad de la comunidad cristiana, que es precisamente un don del Espíritu. Se traicionaría la naturaleza de la Iglesia como Templo vivo del Espíritu. En efecto, es el Espíritu quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y el servicio del ministerio. Lamentablemente, la tentación de ‘ir por libre’ continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y la segunda como rígida y carente de Espíritu”, expresó.

Igualmente invitaba, con lenguaje propositivo, a vivir el futuro: “Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, voso­tros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean”.

“En definitiva -dijo- la vida no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones”.

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