La apertura del Año paulino refuerza el diálogo ecuménico

El Papa y el Patriarca de Constantinopla insisten en el deseo mutuo de superar las barreras hacia la unidad

(Antonio Pelayo– Roma) La deseada unión de todos los cristianos la verán las generaciones futuras. A la nuestra le toca contentarse con la superación de muchas de las barreras históricas y psicológicas que se han acumulado durante siglos. La apertura del Año de San Pablo y las celebraciones de la festividad de los apóstoles Pedro y Pablo presididas por el papa Benedicto XVI y con la participación del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, marcan una nueva etapa del acercamiento entre las Iglesias ortodoxas y la católica que nadie debe minusvalorar, aunque no haya sido “noticia” en los grandes medios de comunicación.

La apertura oficial del Año de San Pablo tuvo lugar el sábado 28 de junio, con la celebración de vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, presidida por el Papa y en la que participaron Bartolomé I; el primado anglicano de las Indias Occidentales, arzobispo Drexel Gómez, en representación del arzobispo de Canterbury, Rowan Williams; el metropolita Valentín de Orenburg y Buzuluk, con el arzobispo de Poltava y Miyrhrod en Ucrania, monseñor Philipp, enviados por el patriarca de Moscú, Alexis II, así como varios delegados fraternos de Iglesias ortodoxas con vínculos históricos o geográficos con san Pablo, como Grecia, Chipre, Antioquía o Jerusalén.

Todos ellos -más el arcipreste de la Basílica, Andrea Cordero Lanza di Montezemolo, y otros cardenales- desfilaron entonando las letanías antes de que Benedicto XVI y Bartolomé I encendieran la llama que arderá durante los 365 días y noches de este año santo. Después entraron en el templo por la llamada “puerta paulina” y se dirigieron al sepulcro del Apóstol de los gentiles para venerar sus reliquias.

Evocando la pregunta del Señor: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, el Papa se refirió a la doctrina de la Iglesia como cuerpo de Cristo: “Cristo no se ha retirado a los cielos dejando en la tierra a un grupo de seguidores que lleven adelante ‘su causa’. La Iglesia no es una asociación que quiere promover una determinada causa. En ella se trata de la persona de Jesucristo que incluso después de resucitado ha permanecido ‘carne'”. Refiriéndose a la misión que san Pablo recibió del Señor, dijo: “En un mundo en el que la mentira es poderosa, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere esquivar el sufrimiento, mantenerlo lejano de sí mismo, aleja la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad y servidor de la fe. No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia a sí mismo, de la transformación y purificación del yo por la auténtica libertad. Donde no hay nada que merezca la pena que se sufra por ello, la vida misma pierde su valor”.

“Esta basílica ‘fuera de los muros’ -comentó el Patriarca en su breve alocución- es sin duda el lugar más apropiado para conmemorar y celebrar a un hombre que estableció la unión entre la lengua griega y la mentalidad romana de su tiempo, despojando a la cristiandad de una vez para siempre de cualquier restricción mental y forjando para siempre el fundamento católico de la Iglesia ecuménica”.

Al día siguiente, y ya en la basílica vaticana, la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo contó de nuevo con la participación del patriarca ecuménico de Constantinopla, de las restantes delegaciones cristianas y de los 43 arzobispos metropolitanos (dos de ellos, ausentes) de los cinco continentes que iban a recibir, como todos los años, el palio, ­símbolo de comunión de las Iglesias particulares con el sucesor de Pedro.

Benedicto XVI y Bartolomé I, revestido con el mandyas litúrgico, ocuparon dos asientos casi idénticos en el altar de la confesión. En la llamada tribuna de San Andrés se colocó el séquito del ­Patriarca (los metropolitas Gennadios, Ioannis y Antoinij), y enfrente, las delegaciones de las otras Iglesias ortodoxas acompañadas por el cardenal Walter Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

“Iglesia de todos”

Especialmente emocionante fue cuando el Papa y el Patriarca leyeron, en su versión original en griego, el llamado Símbolo niceno-constantinopolitano o profesión de fe utilizada por las Iglesias de rito litúrgico bizantino. La primera homilía estuvo a cargo del Patriarca: “El diálogo teológico entre nuestras Iglesias ‘en fe, verdad y amor’ gracias a la ayuda divina va adelante a pesar de las notables dificultades que subsisten y a las conocidas problemáticas. Deseamos verdaderamente, y por ello rezamos tanto, que estas dificultades sean superadas y que los problemas disminuyan lo más velozmente posible para alcanzar el objetivo de nuestro deseo final, a gloria de Dios”.

Ratzinger leyó una extensa y densa homilía en la que explicó el significado de la presencia y martirio de Pedro y Pablo: “El deseo de san Pablo de venir a Roma subraya entre las características de la Iglesia sobre todo la palabra ‘católica’. El camino de san Pedro hacia Roma, como representante de los pueblos del mundo, está sobre todo en la palabra ‘una’: su tarea es crear la unidad de la catholica, de la Iglesia formada por judíos y paganos, de la Iglesia de todos los pueblos. Ésta es la misión permanente de Pedro: hacer que la Iglesia no se identifique jamás con una sola nación, con una sola cultura, con un solo Estado. Que sea siempre la Iglesia de todos”.

En su homilía, el Papa no podía no referirse a la presencia de los arzobispos que iban a recibir el palio, que “nos habla de la catolicidad de la Iglesia, de la comunión universal de Pastor y grey. Y nos vuelve a enviar a la apostolicidad: a la comunión con la fe de los Apóstoles sobre la que está fundada la Iglesia”. Entre ellos figuraba un solo español: Francisco Pérez González, arzobispo de Pamplona y Tudela. Los latinoamericanos son bastantes más: el ecuatoriano Lorenzo Voltolini (Portoviejo); los argentinos Andrés Stanovnik (Corrientes) y Agustín R. Radrizzani (Mercedes-Uján); los brasileños Mauro Aparecido dos Santos (Cascavel) y Luis Gonzaga Silva (Vitória da Conquista); el colombiano Óscar Urbina (Villavicencio); el venezolano Antonio J. López Castello (Barquisimeto); así como cuatro caribeños.

Otros nombres ya conocidos son el nuevo patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Fouad Twal; el obispo de Moscú, Paolo Pezzi; el sucesor de Ratzinger en Munich-Freising, Reinhard Marx; y el arzobispo de Gdansk, Slawoj L. Glodz, cuyo nombramiento ha suscitado bastante revuelo.

Si las relaciones con las Iglesias ortodoxas salen reforzadas este 29 de junio de 2008, no puede decirse lo mismo, lamentablemente, de los intentos del Papa y de la comisión Ecclesia Dei por él apoyada para poner fin al cisma de los tradicionalistas seguidores del difunto Marcel Lefebvre, reunidos en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX). Como se recordará, se cumplen 20 años de aquel triste 29 de junio de 1988 en que, en Econe (Suiza), el arzobispo francés consagró obispos a cuatro sacerdotes de su movimiento, incurriendo todos ellos en excomunión latae sententiae (es decir, automática), abriendo un nuevo cisma en la historia milenaria del catolicismo. Ha fracasado, al parecer, un último intento por cerrar esta herida abierta. Veamos cómo.

El 4 de junio se celebraba un encuentro entre el cardenal colombiano Darío Castrillón, presidente de la comisión Ecclesia Dei, y monseñor Bernard Fellay, superior de la FSSPX, que agruparía -según sus fuentes- a medio millar de sacerdotes y a un largo medio millón de fieles en 30 países. Ambos tratan de resolver los problemas que impiden a este sector ultratradicionalista reintegrarse en la unidad de la Iglesia.

El 23 de junio, el vaticanista de Il Giornale, Andrea Tornielli, se hace eco de esta reunión, y al día siguiente publica en su blog las cinco condiciones que la Santa Sede exige a los disidentes para levantar las excomuniones (ver cuadro).

Una mano tendida

En su edición del 25 de junio, el periódico francés La Croix habla de un verdadero ultimátum de Roma a los lefebvristas y recoge la emoción que ha suscitado en Francia el anuncio de estas condiciones, en las que -notan algunos- no se hace ninguna alusión a la aceptación de los textos y decisiones del Concilio Vaticano II. Se recoge una declaración del director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, que reproducimos íntegra: “El reconocimiento del Concilio Vaticano II -dice Federico Lombardi– como verdadero concilio ecuménico de la Iglesia y el reconocimiento de la validez de la Misa celebrada según la liturgia renovada por el Concilio no son absolutamente puestas en cuestión. Los cinco puntos ­citados por Tornielli, como efectivamente se nota en su misma formulación, deben ser considerados como las condiciones mínimas para que pueda haber una relación caracterizada por el respeto y la disponibilidad hacia el Santo Padre y por un espíritu eclesial constructivo. Son, pues, de otra naturaleza, y por eso no hacen referencia al concilio y a la liturgia, y no porque esos dos argumentos no sean fundamentales. Es evidente que el Papa desea tender la mano para que sea posible un retorno a la comunión pero para que esos pasos necesarios puedan realizarse es necesario que esta oferta, esta ‘mano tendida’, sea recibida con una actitud y un espíritu de caridad y de comunión. A esto es a lo que invitan los cinco puntos citados”.

No obstante, el 1 de julio, la FSSPX, a través de su agencia informativa, DICI, hizo público el comunicado en el que rechaza esta oportunidad, del que ya informamos a través de esta web. Argumentan el “carácter bastante general, por no decir vacío, de las exigencias formuladas”. Y tampoco les ha gustado la “precipitación” y “presión internacional” y “mediática” de este ultimátum, dado a conocer de un modo “contrario a los usos”.

Ya antes de este comunicado había elementos suficientes para considerar que la respuesta sería negativa. El argentino monseñor Alfonso de Galaretta declaró que era necesario abordar antes las cuestiones de fondo -liturgia, valoración del Concilio, doctrina- que las cuestiones prácticas, como el futuro estatuto jurídico que Roma podría ofrecer a los tradicionalistas que volvieran a la unidad de la Iglesia. Monseñor Richard Williamson comentó que “la obediencia al Papa no es un problema, pero sí lo es la obediencia a una curia modernista, hija del Concilio Vaticano II”. Fellay hizo llegar a sus interlocutores romanos la respuesta oficial del movimiento el día 26, pero el texto no se ha hecho público, por ahora.

Nos queda poco espacio para recoger el desmentido formal del portavoz vaticano a las acusaciones gravísimas contra el difunto monseñor Paul C. Marcinkus por una señora ligada en su día a uno de los jefes de la ‘banda de la Magliana’, organización criminal supuestamente vinculada al secuestro y desaparición de Emanuela Orlandi hace ahora 25 años. Al prelado se le acusa -“sin fundamento alguno”- de haber ordenado el secuestro y posterior asesinato de la hija de un empleado vaticano.

LAS CONDICIONES A LOS LEFEBVRISTAS:

1. “Comprometerse a dar una respuesta proporcionada a la generosidad del Papa.

2. Comprometerse a evitar cualquier intervención pública que no respete la persona del Santo Padre o pueda ser negativa para la caridad eclesial.

3. Comprometerse a evitar la pretensión de un magisterio superior al Santo Padre y a no proponer la Fraternidad en contraposición a la Iglesia.

4. Comprometerse a demostrar la voluntad de actuar honestamente en plena caridad eclesial y respetando la autoridad del Vicario de Cristo.

5. Comprometerse a respetar la fecha -fijada para el final del mes de junio- para responder positivamente. Ésta será una condición exigida y necesaria como preparación inmediata a la adhesión para tener la plena comunión”.

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