Ángel Francisco Simón Piorno: “Sin el calor de la gente, sería el hombre más infeliz”

Obispo de Chimbote (Perú)

(José Luis Celada– Foto: José Lorenzo) Asegura que tiene “el privilegio de haber sucedido a hombres famosos”, lo cual conlleva también un inconveniente: “El listón está muy alto”. Sin embargo, Ángel Francisco Simón Piorno, obispo de la diócesis peruana de Chimbote desde 2004, ha sabido ganarse el afecto de sus feligreses allá por donde ha pasado. “El amor siempre es recíproco -dice-; si tú quieres a un pueblo, él te devuelve cariño. Qué me importa ser un genio desde el punto de vista pastoral, que hable mucho, que organice bien… Si no siento el calor de la gente, sería el hombre más infeliz”.

Este zamorano de 62 años llegó por primera vez al país andino, junto a otros tres jóvenes seminaristas, tras acabar Filosofía en Comillas. “Su rector, el padre Solano, nos sugirió que podríamos hacer dos años de Magisterio, y nos abrió camino para que fuéramos a trabajar en la misión jesuita del vicariato apostólico de San Francisco Javier”, recuerda.

Concluida la Teología en Roma y ordenado sacerdote, regresó a la selva, donde durante más de una década fue profesor en el Seminario de Jaén y párroco en esta localidad. Allí, el prelado español sucedería al padre Arana, “un jesuita madrileño muy querido”, hasta que en 1991 llegó como obispo a Chachapoyas, tomando el testigo de su mentor, monseñor Hornedo, cuya “altura de santidad

es difícil de alcanzar”. Poco después, y tras dos años también como administrador apostólico de Cajamarca, en 1995 relevó en esta diócesis a monseñor Dammert, “hombre muy conocido en toda la Iglesia latinoamericana y de una cultura y una valentía extraordinarias”. Finalmente, y después de nueve años, recaló en Chimbote, donde tomó el testigo de monseñor Bambarén, “más conocido que todo el Perú junto”.

Ahora, en su actual sede, monseñor Simón Piorno vivió meses atrás dos acontecimientos especialmente relevantes: la inauguración de una nueva catedral, iniciada por su predecesor e impulsada gracias a la ‘Operación Mato Grosso’, un grupo italiano de voluntariado liderado por el salesiano Hugo de Censi; y el Congreso Eucarístico y Mariano, que demostró la “calidad extraordinaria” de Chimbote para la acogida, que “ha dejado huella” y que generó “alegría por el hecho de ser hijo de la Iglesia y ver a otros hermanos compartiendo la eclesialidad y la fe”. Situación que contrasta con el “desierto espiritual” que percibe cuando regresa a su España de la increencia, de la no práctica religiosa y de una “crítica tan aguda y agresiva a la Iglesia que me duele como hombre de Iglesia que soy”.

Mientras, su Perú de adopción, que debería “escarmentar en cabeza ajena” en este campo, dispone de una “oportunidad histórica” a otros niveles, “porque la crisis mundial convierte a las materias primas en elementos muy importantes en la economía”, explica monseñor Simón Piorno. “Si se explota bien la riqueza minera -añade-, podría ser una palanca para aliviar el sufrimiento de tanta gente e ir erradicando la pobreza”. Pero hasta que eso ocurra la población seguirá emigrando. Sí constata el prelado con satisfacción, por contra, que “la conciencia ecológica ha prendido en Perú y en toda Latinoamérica”, con el consiguiente beneficio para la Amazonía.

Miembro de la V Conferencia de Aparecida, el obispo de Chimbote anda hoy empeñado en uno de los puntos centrales de su Documento: “Que la Iglesia latinoamericana vuelva a ser profundamente misionera y que abandone estructuras que le impiden salir al encuentro de la fe”. “Dedicamos muchas personas y tiempo a cuestiones administrativas -lamenta-, y a la Iglesia se le pide volver los ojos hacia esos inmensos mundos donde no ha llegado la fe o está prendida por alfileres, donde hay que poner cimientos muy sólidos para la vida cristiana”. “No va a ser nada fácil -concluye-, pero estamos empeñados en ello”.

En esencia

Una película: El amor en tiempos del cólera, de Mike Newell.

Un libro: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.

Una canción: me gusta más la música clásica, sobre todo Beethoven.

Un deporte: el fútbol, soy un apasionado del Real Madrid.

Un rincón del mundo: Salzburgo.

Un deseo frustrado: haber querido más a la gente y haberla servido mejor.

Un recuerdo de infancia: la ternura de mis padres.

Una aspiración: poder dedicar los años que me quedan a la Iglesia de Chimbote y enfrentar la muerte con serenidad.

Una persona: muchas.

La última alegría: ver la gran mayoría silenciosa que en España sigue siendo fiel a la Iglesia y al Evangelio.

La mayor tristeza: la ola de increencia en España.

Un sueño: que nuestra patria venza la esterilidad y vuelva a ser fecunda.

Un regalo: los fondos que recojo en España para sostener el seminario, el clero y las obras apostólicas y de caridad de la diócesis.

Un valor: la honestidad.

Que me recuerden por… haber sido bueno.

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