La fe que fluye en las tierras de Aragón

(Enrique Abad Continente – Profesor de Religión) Hablar de Aragón es hablar del Ebro, eje vertebrador de una tierra que siempre ha centrado su existencia en los corredores de agua. El agua es vida y en torno a ella se genera la vida, es uno de los signos de nuestra fe, el que nos da paso a la “Vida” con mayúsculas. La vida en Aragón se concentra en torno a los ríos. Y de entre los ríos de Aragón, el Ebro es el que concentra más vida. A sus orillas confluyen muchos de los otros ríos que configuran esta geografía. En torno a estas corrientes de agua va fluyendo la fe en esta Archidiócesis.

En sus orillas han nacido conventos y pueblos con sus parroquias. Hoy, muchas de esas fuentes de fe han recorrido las aguas de esos ríos para desembocar en torno a Zaragoza, que concentra la mayor parte de la población total de esta región.

La realidad eclesial de Aragón discurre con sus aguas. En torno a ellas se concentra la actividad humana y, también, la vida religiosa. A sus orillas ha llegado recientemente un nuevo equipo de pastores que ha tomado el relevo de quienes, años atrás, pastoreaban estas diócesis y que, guiados por el Espíritu, están llevando a cabo la tarea encomendada.

Como los ríos, como la población, estas diócesis convergen en torno al Ebro, y sus pastores. Manuel en Zaragoza, Jesús en Huesca y Jaca, Demetrio en Tarazona, Alfonso en Barbastro-Monzón y José Manuel en Teruel-Albarracín están surtiendo de vocaciones sacerdotales unos seminarios a los que han potenciado, dotándolos de una formación académica propia, están desempeñando una importante labor en las relaciones institucionales, han reorganizado sus diócesis y demostrado un alto nivel de cualificación administrativa llevando a cabo una gestión eficaz, entre otros logros.

En el ámbito de las comunidades, de la grey, la realidad nos lleva a la situación social española de cierta increencia generalizada, pero por contra, sus miembros son activos, imaginativos y existe un profundo sentimiento de solidaridad que ha llevado a muchas personas a acercase a Cristo a través del prójimo. Gracias a esta feligresía se llevan a cabo cientos de iniciativas. Crece entre los laicos la preocupación por su formación. El Espíritu suscita entre ellos diferentes vocaciones, comprometidas con la sociedad y la Iglesia, aunque no sean ministeriales. El Señor ha suscitado en este pueblo una profunda fe mariana en torno a la Virgen del Pilar que se manifiesta en actos individuales: muchas familias acuden los domingos por la tarde a la Basílica sólo para saludar a la Virgen, a la que consideran un miembro más de la familia.

Aragón cuenta con un gran número de comunidades de vida consagrada que son un tesoro en la fe de la zona. Muchas de ellas fundadas por aragoneses a lo largo de la historia, otras implantadas en estos lugares para llevar a cabo el ministerio suscitado, la mayoría de ellas cuentan con numerosos santos, como José de Calasanz o Genoveva Torres, y otros insignes a pesar de no haber subido a los altares, como fray José de Jaca, cuyos ejemplos son seguidos por muchos religiosos y fieles. Los religiosos de vida activa están aprendiendo a contar con la colaboración de los laicos, y los de vida contemplativa buscan nuevas formas de darse a conocer mientras continúan con su callada labor, que surte efectos renovados en toda la Iglesia.

Como en casi todos los lugares, la realidad de las Iglesias locales aragonesas se mueve en estos tres niveles distintos: jerárquico/institucional, de base/Pueblo de Dios/laicos y el que componen las comunidades de vida consagrada.

Como la Iglesia Universal, estas Iglesias locales no están exentas de luces y sombras. Las sombras, más que aspectos negativos strictu sensu, son cuestiones que inquietan al Pueblo de Dios y a sus pastores. Entre estas cuestiones encontramos que el proyecto que se inició hace años para la formación del clero de Aragón, el CRETA, empieza a perder su significado original en beneficio de centros diocesanos propios, con lo que los especialistas que lo atienden se están disgregando; que las vocaciones autóctonas son escasas; que el laicado comprometido, aunque entusiasta, es escaso y está muy envejecido; la misma cuestión se plantea entre las diferentes instituciones de vida consagrada.

A la postre, el río de la fe nos une a todos, y todos somos Iglesia, más o menos concienciados, pero miembros del mismo Cuerpo místico de Cristo. Un pueblo creyente, pero como la historia de todo creyente, con sus altibajos, que el Espíritu nos ayudará a superar.

 

Compartir