La Iniciación Cristiana, un itinerario a proponer

(Sebastià Taltavull Anglada– Director del Secretariado de la Comisión de Pastoral de la CEE) En nuestras Iglesias particulares crece cada vez más el interés por la Iniciación Cristiana. Hace diez años, los Obispos españoles publicaron el documento La Iniciación Cristiana, reflexiones y orientaciones, y a lo largo de este tiempo, aunque con no pocas dificultades, se ha trabajado mucho en su aplicación y los avances han sido y siguen siendo notables.

Se ha avanzado en la reflexión y en la acción pastoral, pero va acompañada de una cierta preocupación por tener que responder con lucidez y con no menos rapidez a las exigencias cambiantes de cada momento. De ello da fe la dedicación esforzada de muchos pastores y laicos de las Diócesis en su caminar cotidiano a pie de calle y al servicio del anuncio del Evangelio.

‘Cómo se hace un cristiano’

La Iniciación Cristiana, siendo un don de Dios y una acción de la Iglesia, es una renovada propuesta de siempre a que nos tomemos en serio eso de ‘cómo se hace un cristiano’. Es un itinerario a ofrecer, si queremos que el crecimiento cristiano tenga un buen fundamento. Afecta a la forma de convocar, de proponer y de acompañar a los que deciden iniciarse en la fe cristiana y a los que deciden ir en ayuda de los que viven al margen del hecho cristiano por ignorancia, o porque no les interesa, o porque han renunciado a su fe, o porque afirmándola viven como si no la tuvieran. Esta opción misionera es la que hará posible que el Evangelio sea anunciado, escuchado, celebrado y vivido por cualquier persona a la que alguien se le acerque y se lo dé a conocer de palabra o con el testimonio de su vida. La fe no es una cuestión privada, sino que incide tanto en lo personal como en el ámbito de lo público.

Aunque la impresión que con frecuencia se da en ciertos medios de comunicación sea distinta, hoy en día no podemos ignorar que, por muchos y diferentes motivos, hay multitud de personas que se acercan a la Iglesia. Unos, porque alguien les acerca: pensemos en todos los niños y niñas que desde los primeros años de su vida y animados por sus padres reciben el mensaje cristiano en la catequesis y en su casa, aprenden que Dios es Padre que ama a todos, conocen a Jesús y conectan con el Evangelio, y van descubriendo con gran gozo que hay una familia de familias, la Iglesia, que les acoge en su seno, les acompaña y les anima a hacer el bien.

Otros, movidos por su inquietud religiosa y deseo de orientar de alguna ­forma su vida, piden el bautismo y ser cristianos. Otros, que un día fueron bautizados pero no iniciados en la fe, ahora quieren reiniciarse de nuevo en ella. Unos y otros, en la práctica, coinciden en tener que hacer un mismo proceso, aunque les distingue el hecho de haber recibido ya uno o los tres sacramentos de la Iniciación Cristiana. Otros, un día fueron bautizados y recibieron la Primera Comunión, pero contaron luego con escasa o ninguna ayuda para ser iniciados y acompañados en su crecimiento y viven en la actualidad alejados de todo compromiso y vivencia cristiana; algunos de ellos, lo manifiestan incluso con declarada oposición, mientras que otros han quedado absorbidos por la indiferencia. Aunque es real, resulta extraño que se produzca este fenómeno de cristianos no iniciados ni catequizados; también para ellos es la propuesta de un nuevo encuentro con Cristo y recuperar el gozo de su pertenencia a la Iglesia.

Respuestas nuevas

Hemos pasado de un ambiente religiosamente envolvente, que favorecía en casa y fuera de ella la transmisión de la fe, a una realidad de total desprotección, en la que cada uno ha de responder con sus propios medios. Quizás ahora, más que de transmisión tengamos que hablar sobre todo de iniciación. Cuando en el seno de la familia, muchos padres ya no sólo no se preguntan “¿cómo hacerlo para transmitir a los hijos mis convicciones religiosas?“, sino “¿por qué he de hacerlo?“, ello significa que se ha dado un cambio cualitativo en la vivencia, necesidad y posibilidad de la transmisión y educación de la fe cristiana en uno de los ámbitos más insustituibles y decisivos como es el de la familia. Ahora hay que estar más preparados porque nos toca responder a preguntas previas, preguntas que ­antes la gente no se hacía y que no se refieren tanto al “hacer”, sino al “ser” cristiano.

El planteamiento de la Iniciación Cristiana también afecta a estos padres y madres en cuanto que necesitan profundizar en la misión a la que un día se comprometieron en el sacramento del Matrimonio y en la petición del Bautismo para sus hijos. Ciertamente, se está constatando un desfase entre la demanda de sacramentos y la exigencia de ­coherencia que implica su celebración tanto a nivel personal como eclesial. ¿Cómo acortar distancias? ¿Cómo llegar a ser existencialmente, en el corazón de la misma vida, aquello que uno es sacramentalmente por el don de la fe? ¿Cómo llegar a ser aquello que un día dijimos y prometimos que queríamos ser?

La Iglesia quiere responder a ello proponiendo con toda seriedad un proceso de Iniciación Cristiana, aunque sea lento y largo. Está más que demostrado que una personalidad humana y cristianamente sólida no se obtiene con los ritmos acelerados a los que se nos está acostumbrando, ni con la exigencia de haber obtenido aquellos resultados que sólo se miden por la eficacia y la utilidad inmediatas. Cuando a todo proceso de maduración se le niega la lentitud necesaria para que llegue a feliz término, se “quema” a la persona, se la abandona a su propia debilidad e indefensión y se la mantiene en un estadio permanente de inmadurez. La Iniciación Cristiana quiere poner las bases para llegar a ser cristianos adultos, y esto lo hace proporcionando aquel equipamiento espiritual que otorga la apertura a Dios, el encuentro personal con Cristo y la participación corresponsable como un miembro más de la comunidad cristiana.

Del testimonio al anuncio

Esta comunidad es la Iglesia que se acerca a todos, incluso geográficamente, a través de la Iglesias particulares y, dentro de ellas, las parroquias. De ahí la necesidad de su constante revitalización, ya que la realización práctica de la Iniciación Cristiana corresponde a ellas. Es la Iglesia que se “encarna” en un lugar, que “acoge” a las personas, que “propone” la fe y “anuncia” a Jesucristo, que “enseña” su Palabra y “celebra” su presencia salvadora, que “confiere” el alimento espiritual de la Eucaristía y de los otros sacramentos, que “acompaña” en la caridad a las personas con su cercanía amable y que “comparte” en la solidaridad sus anhelos y esperanzas, sus tristezas y angustias, ofreciendo cercanía y amistad. Es la Iglesia que, por sentirse misionera, supera las diferencias derribando muros y tendiendo puentes. La evangelización, previa a la Iniciación Cristiana, tanto desde el testimonio silencioso como desde el anuncio explícito de Jesús y del Evangelio, tiene hoy este cometido urgente. Se nos pide estar vigilantes y activos porque son muchos los que, quizá sin decirlo, lo esperan de nosotros. De ahí, la atención que debemos a las muchas oportunidades que se nos presentan para proponer el itinerario de la Iniciación Cristiana y al esfuerzo de afrontar con confianza las dificultades que surjan, haciendo de ellas ocasión permanente para la autocrítica y la renovación.

Según datos aportados por los Vicarios de Pastoral para preparar las recientes Jornadas de la Comisión de Pastoral de la CEE sobre la Iniciación Cristiana, se percibe, además de lo dicho, un interés y una preocupación común en la mayoría de las Diócesis respecto a su propuesta, y la voluntad de implantación es cada vez mayor. Muchas ya han publicado un Directorio de la Iniciación Cristiana y en un número considerable ya tienen instituido el Catecumenado.

Cada día más adultos solicitan el Bautismo e incluso muchos otros, aunque ya lo recibieron, piden reiniciarse en la fe. Responder a ello e implicarse toda la comunidad es una apuesta de presente y de futuro a la que hay que dedicar más esfuerzos, personas, tiempo, espacios y medios. Se trata de trabajar hacia la madurez cristiana con y para los adultos, algo diferente de otros planteamientos que aún dan prioridad casi exclusiva a la catequesis infantil y adolescente y que, junto con la preparación inmediata de los sacramentos, absorbe en las parroquias parte de su dedicación pastoral. Hay que llegar a todos, pero con más compromiso y madurez por parte de los adultos.

DON Y RESPONSABILIDAD DE TODOS

Se observa la necesidad de una profunda renovación en la forma de proceder en todo lo que afecta a la educación de la fe, para que ésta impregne totalmente la vida de los destinatarios y responda a la situación real. Tanto si nos referimos a la catequesis infantil como a los adolescentes, jóvenes y adultos, hace falta tener en cuenta que muchos de los que “piden sacramentos” no han sido iniciados cristianamente en el seno de sus familias, o son totalmente indiferentes al hecho religioso y cristiano. La apreciación de este hecho, que ha ido en aumento durante los últimos años, pide superar ciertas inercias aún existentes en el ámbito familiar y parroquial y afrontar con valentía, imaginación y creatividad los nuevos retos que se nos plantean como sociedad y como Iglesia. No podemos presuponer lo que ya no existe, sino aplicar, con la seriedad y el rigor que exige todo itinerario de crecimiento, las formas y contenidos del proceso de la Iniciación Cristiana, conocerlos, estudiarlos a fondo, mentalizar a la comunidad cristiana y aceptar con espíritu de comunión la responsabilidad que nos corresponde. Estamos ante una obra propia de la nueva evangelización y, para poder realizarla, sabemos de la insistencia con que la Iglesia ha hablado de la necesidad de un nuevo lenguaje, de nuevos métodos y de un nuevo ardor. Y esto, afecta a toda la acción pastoral de la Iglesia.

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