La interesada polémica sobre la eutanasia

(José Ramón Amor Pan– Especialista en Bioética) No ha tardado mucho el sector laicista del PSOE en dar la réplica a las recientes declaraciones del Embajador Español cerca de la Santa Sede (número 2.609 de Vida Nueva): Francisco Vázquez había manifestado que ­existían indicios claros de que íbamos a vivir un escenario de buenas relaciones entre el Gobierno y la Iglesia Católica y que no se volverían a reproducir momentos de crispación como los que se produjeron en la primera mitad de la anterior legislatura. Sólo desde esta perspectiva se explica la extemporánea e injustificada polémica que la SER y El País han organizado en relación con la posible presencia del Servicio de Asistencia Religiosa en los Comités de Ética Asistencial y en los Equipos Interdisciplinares de Cuidados Paliativos de los hospitales públicos madrileños.

Y extemporánea es porque el convenio de colaboración que recoge este punto, entre otros muchos, fue firmado el 2 de enero pasado y, simplemente, suponía la renovación del firmado en 1997. Si a todo ello añadimos el programa propagandístico (que no informativo, por mucho que el veterano Iñaki Gabilondo insistiese en calificarlo así) acerca de la eutanasia en Holanda y España que Cuatro emitió en la noche del viernes 25, la conclusión parece obvia: pareciera que la hoja de ruta de los socialistas en estas materias la esté dibujando el Grupo PRISA y no el Gobierno. ¿O se trata también de presionar a éste para que vaya más allá de lo ofrecido en el programa electoral y lo que se dijo en los mítines para ganar las elecciones de marzo?

Pero vayamos por partes, porque de lo que se trata es de hacer luz en este falso debate, no de caer en una apologética gastada y demagógica, como la que demostró el editorial de El País del día 26 de abril (¿a qué viene hablar de la pederastia ahora?). Primero de todo, conviene señalar que los Comités de Ética Asistencial nunca son decisorios, sino meramente consultivos, y sus resoluciones son siempre por mayoría, después de un amplio debate. La actual incidencia de los comités en la toma de decisiones en casos concretos es prácticamente anecdótica en nuestro país, su función fundamental radica en la implementación de planes de formación para contribuir a crear una asistencia sanitaria cada vez más centrada en la persona. Pero es que, además, según los datos recogidos por Vida Nueva, no hay sacerdotes en los comités que están funcionando en Madrid. ¿A qué viene, pues, una polémica de este calibre si no es con fines de intoxicación de la opinión pública? Y esperpéntico resulta que el Gobierno pida a la Fiscalía y a la Agencia de Protección de Datos que estudien si procede emprender acciones legales contra el mencionado Convenio o que la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega se permita indicar que “los servicios públicos de salud no pueden imponer a los pacientes criterios basados en creencias religiosas”: si de lo que se trata es de debatir sobre valores, ¿por qué quedaría, a priori, invalidado el representante religioso? ¿Por qué un socialista públicamente declarado puede participar y no un católico? ¿En dónde está la discriminación y el integrismo?

Por otra parte, querer negar la presencia del representante religioso en el Equipo Interdisciplinar de Cuidados Paliativos, como se ha dicho aprovechando que las aguas bajaban revueltas, es ir en contra de las tesis internacionalmente reconocidas. Precisamente, la Organización Mundial de la Salud define los cuidados paliativos como “la cura total dada a la persona afectada por una enfermedad que ya no responde a las terapias que tienen por objeto su curación. Su objetivo es obtener la máxima calidad de vida posible para el paciente y para sus familiares a través del control del dolor, de los otros síntomas y de las problemáticas psicológicas, sociales y espirituales que surjan en el interior del núcleo doliente constituido por el enfermo y por su familia, que comparte sus sufrimientos”.

Diversos estudios han relacionado la vivencia religiosa y espiritual con índices inferiores de incomodidad del paciente de cáncer, menor ansiedad y aislamiento social. Como escribía hace poco el presidente del Colegio Provincial de Médicos de A Coruña, “consideramos que, dada la importancia de la religión y la espiritualidad para los pacientes, es vital integrar la evaluación sistemática de tales necesidades en la atención médica”.

Manipulación

Es recurrente la manipulación en España al abordar el debate sobre la eutanasia. Se aduce siempre que su no despenalización se debe a la presión que ejerce la Iglesia Católica. Si así fuera, en países no católicos, la eutanasia estaría plenamente aceptada, y no es así. La postura católica ante este tema es sustancialmente equiparable a la de las otras grandes religiones (judaísmo, Islam, budismo, hinduismo), lo que no ocurre, ni mucho menos, en otros temas bioéticos, como en el caso del aborto o la ingeniería genética, por ejemplo. Y desde la filosofía y la antropología también abundan las tesis en contra de la eutanasia. Existe, por consiguiente, un sustrato universal muy importante para la no aceptación de la eutanasia.

Tampoco es verdad que el Parlamento español no haya estudiado el asunto: en la legislatura 1996-2000 se creó en el Senado una Comisión Especial de Estudio sobre la Eutanasia. Dicha comisión se constituyó el 17 de marzo de 1998 y finalizó sus trabajos el 18 de enero de 2000. Ante ella comparecieron un número importante de destacadas personalidades que procedían de diversos campos. Otra cosa es que los resultados fuesen del agrado de algunos medios de comunicación…

Debe partirse de una nítida afirmación: el debate moral existe sólo sobre lo que en terminología clásica se denomina eutanasia activa directa, y en la actualidad, simplemente eutanasia, esto es, la acción médica que tiene por objeto poner fin a la vida del paciente crónico o terminal en situación de grave sufrimiento, que previa y reiteradamente, lo ha solicitado. También suscita debate el suicidio médicamente asistido, que no deja de ser una variante de la anterior. Las diferentes posturas están de acuerdo en que la obstinación terapéutica es inmoral, aunque no será fácil en ciertas circunstancias saber si se está incurriendo en esa obstinación. Pero es importante esta afirmación general, en contra de ciertos planteamientos que siguen afirmando que los católicos somos doloristas.

Tampoco estaría mal reconocer que la Conferencia Episcopal Española había aprobado (y distribuido ampliamente) el denominado ‘testamento vital’ mucho antes de que el artículo 11 de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, regula­dora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y documentación clínica, definiese el documento de instrucciones previas (ver recuadro).

En el programa de Cuatro, titulado Mi muerte es mía, se insistió en lo bien organizada y regulada que está en Holanda la eutanasia, lo que impedía que hubiese errores. Hace tres décadas que tuvieron su primer caso judicial, un médico que practicó la eutanasia en su propia madre y que no fue condenado. Así se fue generando toda una jurisprudencia que supuso la aceptación práctica de la eutanasia a finales de los 80, mucho antes de que su Parlamento legislase al respecto (año 2001).

Esa jurisprudencia entendía por eutanasia la finalización intencional por parte de un médico de la vida de un paciente terminal que lo solicita de forma voluntaria, explícita y reiterada. Un estudio llevado a cabo en 1995 mostró que había unas 9.000 solicitudes de auxilio médico al suicidio o de eutanasia, de las que se llevan a cabo aproximadamente un tercio. Sin embargo, los datos indicaban que sólo había 2.300 casos de eutanasia realizados a petición de los pacientes, lo cual revela que numerosas defunciones (unas 1.000) se realizaron en enfermos que no habían explícitamente solicitado la eutanasia.

Igualmente se citan casos que no están comprendidos en el supuesto aceptado. En 1994, una mujer mayor y divorciada perdió a sus dos hijos por suicidio, lo cual le provocó una depresión. Ella solicitó a su médico que la ayudase a suicidarse. El médico la tomó en serio y después de unas semanas de hablar con ella, decidió ejecutar su deseo. El caso fue a juicio, y el tribunal decidió que el médico no estaba exento de culpa porque no había consultado con un colega, tal y como estaba prescripto. Pero lo que sí aceptó el tribunal fue que la enfermedad de la mujer era justificación válida para ayudarla a suicidarse. Por tanto, el sufrimiento psíquico es razón suficiente para la eutanasia.

Se ha producido un desplazamiento desde aquella situación, en la cual la eutanasia sólo era un caso excepcional al final de la vida a nuevas situaciones existenciales muy comunes en las cuales ya no se desea seguir viviendo. En mayo de 1995 tuvieron también el caso de un ginecólogo que terminó con la vida de un recién nacido discapacitado. Obviamente, aquí no había la posibilidad de obtener una petición por parte del paciente. El tribunal decidió que el médico quedase exento de condena porque el sufrimiento de dicho recién nacido iba a ser tan grave que seguir vivo en ese estado iba a ser peor que estar muerto. La Ley del año 2001 trató de reconducir la situación, volviendo a la definición restrictiva de eutanasia. Pero en 2004, un tribunal volvió a admitir la eutanasia por compasión para niños menores de 12 años (pues la Ley contemplaba que los jóvenes de entre 16 y 18 años podían pedirla sin autorización paterna y, para los menores de entre 12 y 16 años, con la autorización expresa de los padres).

Capellanes

Así pues, la experiencia holandesa demuestra la enorme dificultad práctica de mantener una línea estricta de control para no bajar la guardia en relación con los criterios inicialmente establecidos. En el contexto de sociedades envejecidas e individualistas, en donde los ancianos y las personas dependientes cada vez tienen menos valor social, es preocupante adónde puede llevar una despenalización de la eutanasia. Aunque, como escribe Peter Singer, “es posible que la legalización de la eutanasia voluntaria signifique, al cabo de los años, la muerte de unas cuantas personas que de otra manera se habrían recuperado de su enfermedad inmediata y habrían vivido durante algunos años más. Sin embargo, éste no es un argumento definitivo, tal y como algunos imaginan, contra la eutanasia. En contraposición a un número muy pequeño de muertes innecesarias que pueden tener lugar si se legaliza la eutanasia, debemos situar la gran cantidad de daño y angustia que se sufrirá, si la eutanasia no se legaliza, por parte de enfermos realmente terminales”. De esto no habló Cuatro, ¿por qué será? ¿Por qué se quiere presentar un debate maniqueo?

Por otra parte, los capellanes hospitalarios y sus colaboradores no están para imponer nada a nadie, sino para ofrecer una palabra de consuelo y la gracia de los sacramentos a quienes los demandan. Cumplen su función de buenos samaritanos. Y lo seguirán haciendo a no ser que el Gobierno de Rodríguez Zapatero denuncie, como le vienen insistiendo desde esos medios de comunicación, los Acuerdos firmados con el Vaticano. Nadie que conozca la historia de la Bioética española y la historia de la Pastoral de la Salud puede decir lo contrario sin faltar a la verdad.

TESTAMENTO VITAL

A mi familia, a mi médico, a mi sacerdote, a mi notario:

Si me llega el momento en que no pueda expresar mi voluntad acerca de los tratamientos médicos que se me vayan a aplicar, deseo y pido que esta Declaración sea considerada como expresión formal de mi voluntad, asumida de forma consciente, responsable y libre, y que sea respetada como si se tratara de un testamento.

Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo y absoluto. Sé que la muerte es inevitable y pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe creo que me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios.

Por ello, el que suscribe_________________________ pido que si por mi enfermedad llegara a estar en situación crítica irrecuperable, no se me mantenga en vida por medios desproporcionados o extraordinarios; que no se me aplique la eutanasia activa, ni se me prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte; que se me administren los tratamientos adecuados para paliar los sufrimientos.

Pido igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe cristiana.

Suscribo esta Declaración después de una madura reflexión. Y pido que los que tengáis que cuidarme respetéis mi voluntad. Soy consciente de que os pido una grave y difícil responsabilidad. Precisamente para compartirla con vosotros y para atenuaros cualquier posible sentimiento de culpa, he redactado y firmo esta declaración.

Fecha y firma

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