Benedicto XVI, altavoz de los derechos

El Papa culmina en la ONU su exitoso viaje a los Estados Unidos

(Antonio Pelayo– Roma) Visto desde Roma, y seguido su eco a través de los medios de comunicación de todo el mundo, el viaje de Benedicto XVI a los Estados Unidos de América y su visita a la sede de las Naciones Unidas han constituido un éxito incontestable. El Papa, que regresó a Roma a media mañana del lunes 21 de abril, puede sentirse muy satisfecho, cansado, pero lleno de recuerdos imborrables.

No menos contentos están –y así lo han manifestado– los cardenales y obispos estadounidenses, el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, los centenares de miles de católicos de aquel país que han podido acompañar al Santo Padre en alguna de las 16 ceremonias por él presididas y los millones que las han seguido a través de la radio y de la televisión y han escuchado algunos de sus 16 espléndidos discursos, alocuciones u homilías.

Preparado hasta en sus mínimos detalles –incluidas alguna de las “sorpresas” que sólo lo eran para los no iniciados–, este octavo viaje de Joseph Ratzinger se cierra, pues, del modo más positivo que era posible imaginar.

De lo que tampoco cabe ninguna duda es de que la historia considerará momento cumbre de este viaje la visita a las Naciones Unidas, la cuarta ya que un Papa realizaba a este areópago mundial, después de la primera de Pablo VI el 4 de octubre de 1965 y las dos de Juan Pablo II el 2 de octubre de 1979 y el 5 de octubre de 1995. Con estos precedentes, marcados los tres por sendos históricos discursos, la expectación era máxima, y no quedó defraudada.

El avión papal –siempre el B777 de Alitalia– aterrizó en el aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy de Nueva York a las 9:45 del viernes 18 de abril. Al descender a tierra, en el hangar número 19 el Pontífice fue saludado por el alcalde la ciudad, Michael Bloomberg; el cardenal arzobispo Edward Egan y el Observador permanente de la Santa Sede en la ONU, arzobispo Celestino Migliore. Media hora después, un helicóptero le trasladaba a Manhattan y desde el helipuerto, en coche blindado, se dirigió hasta el rascacielos construido por Oscar Niemejer donde tiene su sede la Organización de las Naciones Unidas. Su secretario, el surcoreano Ban Ki-moon, acompañado por el presidente de la Asamblea General, el macedonio Kerim Srgjam, le dieron la bienvenida, y después de un encuentro privado, le condujeron a la sala donde celebra sus sesiones plenarias la Asamblea General.

Allí le esperaban y le acogieron con un caluroso aplauso los embajadores de los 192 países que hoy componen esta organización realmente planetaria, los diplomáticos de las diversas representaciones nacionales y los más cualificados funcionarios de la ONU. En total, 3.000 personas que no dejaron de batir sus manos hasta que Benedicto XVI tomó asiento en el sillón blanco desde el que podía contemplar, con emoción, el vasto hemiciclo. Hecho el silencio, el Papa escuchó dos breves pero muy elogiosos discursos de saludo del presidente de la Asamblea y del secretario general.

A continuación, el Papa inició en francés su discurso recordando la definición que hizo en 1995 Karol Wojtyla de la ONU como “centro moral en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decirlo, una familia de naciones”.

Denso y profesoral

El discurso ratzingeriano es denso, profesoral y, por tanto, resulta harto difícil de resumir, ­pero bien podemos sintetizar al menos las que son sus afirmaciones fundamentales:

1. Después de reconocer que las Naciones Unidas encarnan la aspiración a “un grado superior de ordenamiento internacional”, el Papa dijo: “Esto es más necesario aún en un tiempo en el que experimentamos la manifiesta paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos, mientras que los problemas del mundo exigen intervenciones conjuntas por parte de la comunidad internacional”. Después de esta crítica nada velada a ciertos mecanismos bloqueados de la ONU, el Papa puso sobre la mesa otro problema: ”Pienso –dijo– en aquellos países de África y de otras partes del mundo que permanecen al margen de un auténtico desarrollo integral y corren por tanto el riesgo de experimentar sólo los efectos negativos de la globalización”.

2. Abordando el tema de “la correlación entre derechos y deberes por la cual cada persona está llamada a asumir la responsabilidad de sus opciones”, Ratzinger hizo la aplicación correspondiente a los descubrimientos científicos y tecnológicos. “No obstante los enormes beneficios que la humanidad puede recabar de ellos –aseguró–, algunos aspectos de dicha aplicación representan una clara violación del orden de la creación hasta el punto de que no solamente se contradice el carácter sagrado de la vida, sino que la persona humana en sí misma y la familia se ven despojadas de su identidad natural… Esto nunca requiere optar entre ciencia y ética: se trata más bien de adoptar un método científico que respete realmente los imperativos éticos”.

3. Benedicto XVI se refirió después a la llamada “responsabilidad de proteger”, un principio recientemente incorporado al ideario de la ONU, ya preanunciado como recordó por el dominico español Francisco de Vitoria, y que la Santa Sede apoya plenamente: “Todo estado –enfatizó– tiene el deber primario de proteger a la propia población de violaciones graves y continuas de los derechos humanos como también de las crisis humanitarias, ya sean provocadas por la naturaleza o por el hombre. Si los estados no son capaces de garantizar esta protección, la comunidad internacional ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de las Naciones Unidas y por otros instrumentos internacionales. La acción de la comunidad internacional y sus instituciones, dando por sentado el respeto de los principios que están en la base del orden internacional, no tiene por qué ser interpretada nunca como una imposición injustificada y una limitación de soberanía. Al contrario, es la indiferencia o la falta de intervención lo que causa un daño real”.

4. En mi opinión, el núcleo del discurso papal es el que aborda una valoración de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de la que ahora se cumplen 60 años, ”resultado –dijo– de una convergencia de tradiciones religiosas y culturales, todas ellas motivadas por el deseo común de poner a la persona humana en el corazón de las instituciones, leyes y actuaciones de la sociedad y de considerar a la persona humana esencial para el mundo de la cultura, de la religión y de la ciencia”.

“Estos derechos –añadió a continuación– se basan en la ley natural inscrita en el corazón del hombre y presente en las diferentes culturas y civilizaciones. Arrancar los derechos humanos de ese contexto significaría restringir su ámbito y ceder a una concepción relativista según la cual el sentido y la interpretación de los derechos podrían variar, negando su universalidad en nombre de los diferentes contextos culturales, políticos, sociales e incluso religiosos. Así pues, no debe permitirse que esta variedad de puntos de vista oscurezca no sólo el hecho de que los derechos son universales, sino que también lo es la persona humana, sujeto de esos derechos”.

“La promoción de los derechos humanos –acota el Papa dando pruebas de un sereno realismo histórico– sigue siendo la estrategia más eficaz para extirpar las desigualdades entre países y grupos sociales, así como para aumentar la seguridad. Es cierto que las víctimas de la opresión y de la desesperación, cuya dignidad se ve impunemente violada, pueden fácilmente ceder al impulso de la violencia y ­convertirse ellas mismas en transgresoras de la paz. Sin embargo, el bien común que los derechos humanos permiten conseguir no puede lograrse simplemente con la aplicación de procedimientos correctos ni tampoco a través de un simple equilibrio entre derechos contrapuestos”.

“La experiencia –se afirma en la conclusión de este apartado– nos enseña que a menudo la legalidad prevalece sobre la justicia cuando la insistencia sobre los derechos humanos los hace aparecer como resultado exclusivo de medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por diversas agencias de los que están en el poder. Cuando se presentan simplemente en términos de legalidad, los derechos corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética que es su fundamento y su fin. Por tanto, los derechos humanos han de ser respetados como expresión de justicia y no simplemente porque pueden hacerse respetar mediante la voluntad de los legisladores”.

5. Ya en la segunda parte del discurso, leida en inglés, Benedicto XVI hace una defensa del diálogo interreligioso que la ONU debe apoyar. “El diálogo –afirmó categóricamente– debería ser reconocido como el medio a través del cual los diversos sectores de la sociedad pueden articular su propio punto de vista y construir el consenso sobre la verdad en relación a los valores y objetivos particulares. Pertenece a la naturaleza de las religiones libremente practicadas el que puedan entablar un diálogo de pensamiento y de vida. Si también a este nivel la esfera religiosa se mantiene separada de la acción política, se producirán grandes beneficios para las personas y comunidades”.

Por fin, este capítulo incluye unas afirmaciones muy esclarecedoras sobre el derecho a la libertad religiosa tal como hoy es practicada en algunos países del globo. “Es inconcebible –dijo el máximo representante de 1.300 millones de católicos en el mundo– que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección, sobre todo si se les considera en conflicto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio de culto, sino que se ha de tener la debida consideración a la dimensión pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social”.

Ratzinger leyó este espléndido discurso con su habitual tono profesoral un tanto monocorde, que quizá no era el más apropiado para una asamblea de tal naturaleza. Sólo al final pronunció con cierta vibración su saludo de “¡Paz y prosperidad con la ayuda de Dios!” en las seis lenguas oficiales de la ONU (inglés, francés, español, árabe, chino y ruso), y todos los presentes lo rubricaron con generosos aplausos que le acompañaron hasta que abandonó la escena.

Más caluroso estuvo después en la breve alocución que dirigió al personal de la sede de la ONU en Nueva York y en otras partes del mundo para expresarles su “agradecimiento personal y el de toda la Iglesia”. Recordó a los que “han sacrificado sus vidas en el terreno por el bien de los pueblos a los que sirven” (42 muertos sólo en el año 2007). “Esta organización –dijo recordando de nuevo la ‘responsabilidad de proteger’–, supervisando de qué manera los gobiernos cumplen con su responsabilidad de proteger a sus ciudadanos, presta un servicio importante en nombre de la comunidad internacional”. En más de uno de los rostros de funcionarios curtidos en años y experiencias pudimos contemplar –gracias a la televisión en directo– emoción y hasta alguna lágrima.

En la Zona Cero

Otro de los momentos de este viaje que ha suscitado mayor interés en los medios informativos y en la opinión pública ha sido la visita de Benedicto XVI a lo que todo el mundo conoce como Zona Cero, el inmenso cráter creado por las explosiones y el sucesivo hundimiento de las Torres Gemelas a consecuencia de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las 8:48 y a las 9:03 de aquella infausta mañana que conmocionó a todo el planeta y que ha cambiado en buena parte la historia de la humanidad al inicio del tercer milenio.

Era impensable que en su visita a Nueva York el Papa no incluyese unos momentos de oración ante ese “monumento” al horror que costó la vida a casi 3.000 personas inocentes. El Papa llegó a las inmediaciones de este lugar a primeras horas de la mañana del domingo 20 de abril; en su rostro era patente la intensidad de sentimientos que provocaba en él personarse en la simbólica tumba de tantas víctimas. Abandonado el papamóvil y en medio de severísimas medidas de seguridad, el Pontífice recorrió a pie la rampa que le conducía a un reclinatorio donde permaneció rezando algunos minutos. Encendió después, y no sin problemas por el viento frío que soplaba sobre la ciudad de los rascacielos, una lámpara votiva antes de recitar una conmovida oración de apenas 50 líneas pero de marcada intensidad. “¡Oh Dios de amor, compasión y salvación! ¡Míranos, gente de diferentes creencias y tradiciones, reunidas hoy en este lugar, escenario de violencia y dolor increíbles”, comenzó diciendo, para, tras recordar a los muertos de los diversos atentados de aquel día (en Nueva York, pero también en el Pentágono en Washington y en Shanskville, Pensylvania), pedir “paz para nuestro mundo violento, paz en los corazones de todos los hombres y mujeres y paz entre las naciones de la tierra. Lleva por tu senda del amor a aquellos cuyas mentes y corazones están nublados por el odio”.

“Dios de comprensión –prosiguió leyendo este moderno salmo–, abrumados por la magnitud de esta tragedia, buscamos tu luz y tu guía cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste. Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas vivan de modo que las vidas perdidas aquí no lo hayan sido en vano. Confórtanos y consuélanos, fortalécenos en la esperanza y danos la sabiduría y el coraje para trabajar incansablemente por un mundo en el que la verdadera paz y el amor reinen entre las naciones y en los corazones de todos”.

Finalizada la oración, saludó e intercambió algunas palabras con los gobernadores de los estados de Nueva York, David A. Paterson, y de Nueva Jersey, John Corzine, así como con una veintena de personas representantes de los heroicos bomberos, técnicos de protección civil, heridos en los atentados o familiares de las víctimas que sucumbieron en el hundimiento del World Trade Center neoyorkino. Muchos de ellos se arrodillaron ante él, que les alzaba para mirarles fijamente a los ojos y decirles unas frases de consuelo. En total permaneció en tan elocuente escenario poco más de media hora.

Víctimas de abusos

En nuestra crónica anterior ya nos referimos a las inequívocas palabras de condena sobre el dramático fenómeno de la pedofilia en el clero católico estadounidense pronunciadas en el avión que le trasladaba de Roma a Washington. Volvió a referirse al tema en otras cuatro ocasiones pero, sobre todo, mantuvo un encuentro con un grupo de víctimas el jueves 17 en la capilla de la Nunciatura Apostólica en Washington. Según una nota vaticana, el grupo –unas 20 personas–, acompañado por el arzobispo de Boston, cardenal Sean P. O’Malley, rezó con el Santo Padre, que después “escuchó sus historias personales y les dijo palabras de ánimo y de esperanza”. Según el padre Federico Lombardi, presente en la íntima ceremonia, fueron momentos de patente emoción para todos. Un gesto más que elocuente que respalda una nueva postura de la Iglesia católica ante una de sus más lacerantes plagas.

No nos queda espacio para hablar de la significativa visita a la Sinagoga en Nueva York ni de las dos solemnes misas en el National Stadium de Washington y en el Yankee Stadium neoyorkino. Todos esos acontecimientos y otros muchos han sido como piezas de un mosaico sabiamente concebido y mejor realizado a lo largo de una de las semanas más fecundas de este pontificado.

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