Néstor Rafael Herrera: “El pueblo ecuatoriano vive más de esperanza que de realidad”

Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana

(Texto y fotos: José Luis Celada) Cumplido el primer año de mandato del presidente de Ecuador, Rafael Correa, otro presidente, el de la Conferencia Episcopal de aquel país, Néstor Rafael Herrera Heredia, repasa las aspiraciones y desafíos de un pueblo que “vive más de esperanza que de realidad”, reconoce el también obispo de Machala.

¿Cómo está Ecuador?

Al principio, preocupaba el lenguaje demasiado agresivo del presidente, siempre en confrontación con diferentes sectores sociales, también con la prensa. Y eso nunca dio buenos resultados. Pese a lograr la convocatoria a una Asamblea Constituyente, daba la impresión de seguir en campaña. En todo caso, el pueblo –en torno al 70-80%– siguió manteniendo el respaldo al Gobierno. Al ser defraudado en el pasado, las propuestas presidenciales dan mucha esperanza. Esperemos que se cumplan.

¿Y el pueblo, cómo vive?

Las situaciones vividas a nivel político llevaron a no poner mucho interés en lo social. El Tribunal Electoral, el Congreso, la Constituyente… acapararon la atención del pueblo, y lo otro quedó por debajo. La pobreza no disminuye, el empleo no crece… Creo que el pueblo ecuatoriano vive más de esperanza que de realidad.

¿Cómo responde la Iglesia a estas carencias?

Iniciamos un proyecto de mejora de la calidad educativa, financiado por el Gobierno español, que se viene gestando desde hace unos siete años. Se trata de trabajar en unos 500 planteles educativos de enseñanza formal y artesanal. Se aspira no sólo a que beneficie a los alumnos, sino que sea sobre todo de capacitación de los maestros y que influya también en los padres. Porque la educación es integral: no sólo educan los maestros, sino la familia. Lograr una mejora en la calidad educativa, que es la base, alcanzaría al conjunto de la sociedad.

¿También a la clase política? ¿Tiene América Latina los políticos que necesita, los que merece…?

En Ecuador, Rafael Correa, por haber sido un hombre formado en centros católicos y haber hecho incluso un voluntariado con los salesianos, es todavía un presidente prometedor. Algo bueno saldrá, no sé si todo lo que se espera o se quiere, pero algo bueno va a salir, seguro. Desde mediados de 2006, los laicos católicos han tomado conciencia de su responsabilidad en la política, hay ya una conciencia clara de que son también responsables en la construcción de la sociedad desde el ámbito político.

¿Por qué tantos presidentes en tantos pocos años?

Cuando el pueblo vio que en lugar de avanzar retrocedía, puso su confianza en políticos que le ofrecían algo. Pero, al verse defraudado, igualmente desconfió. De ahí ese cambio continuo de presidentes. Llegaban a la Presidencia por sus ofrecimientos, pero, al ver que en vez de redundar en beneficio de la población, lo hacía en beneficio del partido o de un grupo, entonces el pueblo se levantó, e incluso destituyó al presidente. Actualmente, hay bastante esperanza de que algo se consiga. Al menos, se ve en la sociedad un consenso de que se le deje acabar, porque cuando el tiempo corre en contra impide que algunas cosas se puedan canalizar para que otro las continúe.

Los indígenas representan entre el 35 y el 40% de la población ecuatoriana. ¿Qué lugar ocupan en la sociedad y en la Iglesia de su país?

Casi todos los actuales dirigentes indígenas han sido formados por la Iglesia, pero no les hemos ofrecido un seguimiento, y en muchos campos de la acción social los políticos se han aprovechado de ellos. Ha habido también un despertar sociopolítico de los indígenas, con protagonismo en la construcción de la nueva sociedad. Baste recordar que el primer levantamiento indígena que llega a destituir a un presidente en Latinoamérica es el del indigenado de Ecuador. Vista esa fuerza arrolladora de los indígenas, los políticos se han encargado de dividirlos. Y, lamentablemente, no lo han hecho por ideología política, sino religiosa, que es mucho más difícil de reconstruir.

La Iglesia siempre les ha ofrecido un espacio muy especial y respetuoso con ellos, aunque no hemos tenido agentes de pastoral que se hayan preocupado de canalizar la religiosidad popular indígena a través de manifestaciones que les satisfagan. Y, entonces, ellos han mantenido en paralelo sus antiguas tradiciones, sus cultos, lo que ha debilitado la presencia de la Iglesia en el mundo indígena. En la actualidad, no es que haya separación o enfrentamiento, pero ha disminuido mucho la influencia de la Iglesia en lo religioso dentro del mundo indígena.

Particularmente significativa de ese mundo indígena es su comunión con la naturaleza. ¿Por qué respetamos tan poco la obra creada por Dios?

La respuesta es bien sencilla: el afán de lucro, que todo lo atropella. Donde se puede sacar provecho, no se mira lo demás. Si la madera da dinero, se talan árboles y se acaba con la vegetación; donde hay petróleo, se echan los residuos a los ríos; también las grandes ciudades echan sus aguas negras a los pocos ríos o pequeñas quebradas que tenemos, y todo se contamina.

Esa falta de responsabilidad obedece también a una falta de una cultura. No hemos sido educados en el respeto del ambiente. Cuando era muchacho, teníamos clases del hogar natal, pero era más para conocer el medio donde nacimos y vivíamos, apreciar lo que teníamos, que para saber que debíamos defenderlo.

Ya en la actualidad, cuando las poblaciones no tienen agua limpia porque toda está contaminada, cuando escasean las lluvias, cuando otros recursos naturales como la minería se explotan con métodos todavía artesanales y se arrojan ácidos y gases contaminantes, sí se ha producido una reacción, pero que no es fruto de la educación, sino de la necesidad. Todo eso ha hecho que ahora se hable más del medio ambiente, que haya agrupaciones que lo defiendan. De lo contrario, al paso que vamos, el futuro sería devastador.

Estos y otros problemas, sobre todo la falta de perspectivas, han obligado a millones de compatriotas suyos a abandonar Ecuador. ¿Qué pediría a las administraciones (y a las Iglesias) de los países de acogida?

Mientras no haya fuentes de trabajo en Ecuador, la gente seguirá saliendo. Lamentablemente, el consumismo ha invadido el mundo, y Ecuador no es una isla. Al contrario, eso ha hecho que todo el mundo viva donde gana más, donde puede tener más. Inicialmente, emigraron a los Estados Unidos, pero se necesitaba el visado y había muchos inconvenientes, aunque no era una emigración exorbitante. Los primeros que fueron a España, a Europa más bien, donde no se necesitaba la visa, y todas las referencias –sobre todo orales– de los que estaban allá de que se ganaba bien la vida, de que se puede ahorrar, las remesas que enviaban a sus familias…, todo eso despertó un interés enorme, no sólo en la clase necesitada, sino incluso entre la clase profesional, que no se fue a Europa a ejercer su profesión, sino a otros menesteres más humildes, pero porque eran más rentables. Se da un fenómeno que siempre he criticado en mi país: cuando alguien encuentra alguna fuente que le produce buenas utilidades, todo el mundo le imita. Esto ocurre también con la migración: ha emigrado no sólo gente pobre, humilde, sin empleo, que vivía sólo del trabajo del campo, sino también profesionales, profesores, universitarios, que sabemos que no realizan labores propias de su profesión. Es decir, no han ido para mejorar su calidad profesional, sino simplemente para tener más dinero.

¿Y la colaboración con esos países a donde emigran?

Con España, a nivel gubernamental y eclesial, tratamos de encontrar fórmulas para atenderlos mejor. En la Iglesia, con Madrid, Barcelona, el País Vasco, por contactos más bien a nivel personal, tenemos ciertos acuerdos para atenderlos espiritualmente. Tanto en España como en Italia hay lugares incluso donde se ofrece atención directamente a los inmigrantes ecuatorianos. Estamos tratando de ver si podemos enviar, como hacen las diócesis estadounidenses con bastantes emigrantes, si no de forma permanente sí al menos periódicamente, algunos agentes de pastoral que contacten con ellos, que vean que no les hemos abandonado, que recojan sus necesidades para valorarlas o estudiarlas y ver qué respuesta se puede dar.

Lo que nos alegra es que, en España e Italia, los mismos migrantes han encontrado espacios para su vivencia cristiana. Muchos son catequistas, animan la liturgia, otros están en los equipos de redacción de la hojita dominical o de algunas revistas; se han organizado y hay agrupaciones que congregan a bastantes compatriotas para ayudarse, defenderse, orientarse… La gran ventaja con España e Italia es que hemos tenido muchos misioneros y misioneras, y el afecto que nos dispensan o el que han recibido en Ecuador intentan retribuirlo con un buen trato, con una buena acogida, lo cual nos llena de gratitud.

¿Qué le falta a la Iglesia latinoamericana para ser todo lo profética y evangelizadora que ansía?

El sentido misionero, salir. Como siempre recibió, no se ha preocupado de dar, sólo de recibir. En mi diócesis siempre hemos tenido misioneros. Recién tenemos el 50% de agentes de pastoral propios. En la Iglesia latinoamericana nos hemos dedicado a mantener las estructuras y nos hemos contentado con atender a la gente que viene a nuestras parroquias o centros pastorales, pero cada vez es menos numerosa. No hemos alzado la cabeza para ver los que no vienen, que cada vez son más, y que alguno de ellos, gracias a Dios, todavía mantiene su conciencia de pertenencia a la Iglesia por el Bautismo, pero no más.

La gran fuerza de Europa hasta hace poco fue su sentido misionero, siempre preocupados de los demás, no sólo de ellos mismos. Todo lo contrario que nosotros. Si la Iglesia llega a ponerse en una actitud de misión permanente, saliendo, estando en contacto, podemos recuperar a nuestros cristianos. Y con ellos sí seríamos una fuerza grande en América, que podría orientar no sólo el futuro de la Iglesia, sino el de nuestros pueblos.

¿Y qué están esperando sus pueblos de la Iglesia?

Nuestros pueblos tienen aún gran confianza en la Iglesia. No porque les damos misas, confesiones o porque mantenemos su práctica religiosa, sino porque hemos incursionado a lo largo de la historia en el campo social. Con la Iglesia comenzaron las escuelas y universidades, los centros de salud con los hospitales, la beneficencia social con la atención de minusválidos, huérfanos, gente abandonada… Nos hemos preocupado de los campesinos, sobre todo a partir de la reforma agraria a nivel continental de los años 70. Y luego estamos siempre pendientes de los aspectos sociales que afectan al pueblo. En nosotros tienen un referente sincero, desinteresado e imparcial, que hace que nuestros pueblos tengan mucha esperanza en la Iglesia. Los que nos critican me parece que lo hacen un poco por celos de que les quitemos el liderazgo o el protagonismo, algo que la Iglesia no busca. La Iglesia sólo busca que el pueblo sea el artífice de su propio destino, pero fruto de la verdad, la justicia y el amor.

¿Un sueño para el futuro de esta Iglesia?

Que salga fuera de sus fronteras locales, que la parroquia salga del centro parroquial, que la diócesis vea otras diócesis, que un país vea también otros países más necesitados y, sobre todo, que sea lo que Juan Pablo II llamó “casa y escuela de formación”; que tenga las puertas abiertas y que no escatime esfuerzos en orientar y formar a los cristianos para que asuman el compromiso con la sociedad que tienen desde los diversos ámbitos.

APÓSTOL DE LOS INDIOS EN LA TIERRA DEL BANANO

El pasado año, Néstor Rafael Herrera Heredia recibía toda suerte de homenajes de sus paisanos y feligreses. La ocasión lo merecía: en febrero, el obispo de Machala celebraba las Bodas de Plata de su consagración episcopal y, en julio, sus Bodas de Oro sacerdotales. Dos fechas importantes, sin duda, en la vida de este hombre de raíces indígenas y fuertes convicciones religiosas. Siendo un niño, aunque soñó con estudiar ingeniería o aviación, la estrecha relación de su familia con el clero de su natal Pujilí (Cotopaxi) empuja a su padre a enviarlo a estudiar al Seminario Menor de Quito. Allí, el primogénito de los Herrera-Heredia (son diez hermanos) va descubriendo su vocación y, al concluir la enseñanza secundaria, ingresa en el Seminario Mayor San José de la capital.

Excelente deportista (practicaba el baloncesto y el voleibol), Néstor Herrera fue poniendo todas sus energías al servicio de la comunidades donde era destinado: Tabacundo, Alluriquín, Angamarca… Tras su paso por Roma, donde obtiene la licenciatura en Teología por la Universidad Gregoriana, el obispo de Latacunga, su paisano Mario Ruiz, le nombra vicario general de la diócesis. Poco después, recala como rector del Seminario Mayor en Quito y, posteriormente, es designado secretario general de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. 

Será entonces cuando Machala se cruce en su vida para siempre. A principios de 1982, desembarca en la capital de la provincia de El Oro para quedarse. La tierra del banano es desde entonces su casa. En ella lleva pastoreando más de 25 años y allí será donde le llegue en octubre el momento de su jubilación. Casi por esas fechas concluirá también su mandato al frente del Episcopado de su país, después de años de entrega generosa a una Iglesia que quiere seguir caminando al lado de su pueblo, sobre todo de los más pobres. Y si alguien se acerca en su busca por su nueva y calurosa patria chica, que no dude que puede contar con una invitación a buen marisco en Puerto Bolívar.

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