El Papa exhorta a los cristianos a curar las llagas del Mundo

En su mensaje pascual, Benedicto XVI valora los signos solidarios que iluminan los lugares en conflicto

(Antonio Pelayo-Roma) En algún momento parecía que estábamos asistiendo al rodaje de uno de los kolosal tan queridos por Hollywood: mientras el Papa, revestido con sus paramentos dorados, difundía el mensaje pascual, rayos y truenos desgarraban el firmamento y descargaban sobre la Plaza de San Pedro incesantes trombas de agua. Toda la mañana del Domingo de Resurrección fue una suma de aguaceros, a pesar de lo cual la multitud –varias decenas de miles de fieles de los cinco continentes– aguantó firme, protegiéndose de la lluvia con paraguas multicolores. No podían hacer lo mismo la Guardia Suiza y del Ejército italiano, con sus bandas de música, que soportaron impávidos el temporal las tres horas de la ceremonia y rindieron al Papa los honores de ordenanza.

Protegido de la lluvia y el frío por el moderno baldaquino, que dispone de un sistema de calefacción, Benedicto XVI celebró la misa del Domingo de Pascua flanqueado por los cardenales Agostino Cacciavillan, protodiácono, y Giovanni Lajolo. Decenas de cardenales y arzobispos se parapetaban como podían, y lo mismo los coros del Pontificio Colegio Germánico-Húngaro y del “Mater Ecclesiae”, que aseguraban la parte musical.

El Papa, sin embargo, a la vista de las adversas condiciones meteorológicas, hizo dos significativos cortes en su Mensaje Pascual, transmitido como la bendición Urbi et Orbi por 102 cadenas de televisión de todo el mundo. “La muerte y la resurrección del Verbo de Dios encarnado –dijo– es un acontecimiento de amor insuperable, es la victoria del Amor que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso de la historia infundiendo un indeleble y renovado sentido y valor a la vida del hombre”.

Testigos y enviados

“¡Hermanos y hermanas de todas las partes del mundo –siguió el octogenario Joseph Ratzinger con voz plena, a pesar del esfuerzo físico que le han supuesto las celebraciones de la Semana Santa–, hombres y mujeres de ánimo sinceramente abierto a la verdad! ¡Que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor que redime! ¡Jesucristo ha muerto y resucitado para todos! ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza auténtica para todos los seres humanos. Hoy, como hizo con sus discípulos en Galilea antes de retornar al Padre, Jesús resucitado nos envía también a nosotros a todas las partes como testigos de su esperanza y nos asegura: ‘Yo estoy siempre con vosotros, todos los días hasta el final del mundo’”.

“¡Cuántas veces –lamentó– las relaciones entre persona y persona, entre grupos y grupos, entre pueblo y pueblo están marcadas no por el amor, sino por el egoísmo, la injusticia, el odio, la violencia! Son las llagas de la humanidad, abiertas y doloridas en todos los ángulos del planeta, ignoradas con frecuencia y a veces voluntariamente escondidas, llagas que desgarran las almas y los cuerpos de innumerables hermanos y hermanas nuestros. Esas llagas esperan ser aliviadas y curadas por las llagas gloriosas del Señor Resucitado y por la solidaridad de todos los que, siguiendo sus huellas, rea­lizan gestos de amor, se comprometen de hecho en favor de la justicia y derraman en torno suyo signos luminosos de esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y allí donde la dignidad de la persona humana continúa siendo vilipendiada y conculcada”. El Papa señaló los dramas de Darfur y Somalia, el sangriento avispero de Oriente Medio –Tierra Santa, Irak y Líbano– y el Tibet, “regiones para las que apoyo la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la paz”. A continuación, con ritmo rápido, Benedicto XVI lanzó mensajes de felicitación pascual en 63 lenguas diferentes, incluidas el esperanto y el latín.

La víspera, desde las 9 hasta bien pasada la medianoche, el Papa presidió la solemne Vigilia Pascual en la Basílica Vaticana, en el curso de la cual administró los sacramentos del Bautismo, Confirmación y Eucaristía a siete catecúmenos (cinco mujeres y dos hombres de diversos países). Entre ellos estaba el periodista egipcio Magdi Allam (ver cuadro).

De momento no ha habido reacciones por parte de la autoridades comunistas chinas al “gesto” del Papa de encomendar al cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, salesiano y arzobispo de Hong Kong, las meditaciones del vía crucis que él mismo presidió la noche del Viernes Santo en la sacral área del Coliseo romano. En unas declaraciones a Luigi Accatoli en el Corriere della Sera, el cardenal las excluía porque “yo lo he escrito, pero después algunas personas que están en Roma y que son muy prudentes lo han leído para que no hubiese ninguna palabra peligrosa. Por eso tengo confianza”.

Ya en la primera estación, el texto habla de la “tenebrosa hora de la persecución”, y en la segunda se insiste en que no hay que escandalizarse porque “en las persecuciones nunca han faltado las defecciones y después, con frecuencia, ha habido retornos”. En la última estación el cardenal se pregunta “si tenemos razón al tener prisa y pretender ver pronto la victoria de la Iglesia. ¿No es tal vez nuestra victoria la que estamos ansiosos de ver? Señor, haznos perseverantes en el estar al lado de la Iglesia del silencio y en el aceptar desaparecer y morir como el grano de trigo”. En la séptima estación, el arzobispo chino reconoce: “Hay ateos valientes que están dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a abrazar la cruz pero sin Jesús. Entre los cristianos hay verdaderos ‘ateos’ de hecho que quieren a Jesús pero sin la cruz. Pero sin Jesús, la cruz es insoportable y sin la cruz no puede pretenderse estar con Jesús”.

No es cierto –como ha escrito el vaticanista Marco Politi en La Repubblica– que el texto de las meditaciones haya sido modificado en el último momento para evitar tensiones con el Gobierno de Pekín (al que por cierto no le agradaron las palabras del Papa sobre el Tibet al final de la audiencia del 19 de marzo, aunque se limitaba a afirmar que “con la violencia no se resuelven los problemas, sino que sólo se agravan”), pero sí se evitó que fuese una joven china la que entregase la cruz al Papa en la 12ª estación. En su nombre la recibió el cardenal Camillo Ruini, vicario de Su Santidad para la ciudad de Roma, quien la puso en manos del Santo Padre en los últimos momentos del piadoso ejercicio que, como constataron los telespectadores de todo el mundo, se desarrolló bajo una pertinaz lluvia. La Secretaría de Estado había insistido en que se evitase cualquier gesto que pudiera herir la susceptibilidad de las autoridades chinas.

Esta prudencia se justifica aún más si –aunque no lo haya confirmado ni desmentido ninguna fuente oficial– antes de la Semana Santa una delegación oficial del Gobierno de Pekín había visitado el Vaticano para “redondear” algunas cuestiones en las siempre delicadas relaciones entre la Iglesia católica y la República Popular de China. No se olvide que del 10 al 12 de marzo se reunió la Comisión vaticana que se ocupa del dossier chino. El comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede, al informar de ello, daba pocas explicaciones (ni se publicaba siquiera la lista de los participantes, entre los que figuraban cinco obispos del continente asiático) sobre lo tratado. Por parte vaticana, consta que participaron el Sustituto de la Secretaría de Estado, monseñor Fernando Filoni, y monseñor Claudio Maria Celli, que conjuga la presidencia del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales con el seguimiento de la actualidad china, de la que es uno de los mejores expertos dentro del Vaticano.

Volviendo a la Semana Santa, Benedicto XVI presidió todos y cada uno de sus ritos litúrgicos ateniéndose a un calendario ya muy rodado por sus predecesores. Era, por cierto, la primera “dirigida” por el nuevo maestro de las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice, monseñor Guido Marini, al que se notan ciertas “pequeñas variantes” respecto a su predecesor, monseñor Piero Marini. El sacerdote genovés, que ha llegado a tan delicado puesto con sólo 42 años, prefiere hablar de “desarrollo en la continuidad”; en declaraciones al periódico Il Riformista afirma: “Esto puede significar que se recuperen elementos preciosos e importantes que durante el recorrido se han perdido, olvidado o que el paso del tiempo ha hecho menos luminosos en su auténtico significado. Cuando esto se realiza, no se lleva a cabo un retorno al pasado, sino un auténtico e iluminado progreso en el ámbito litúrgico”.

“SÉ LO QUE ME ESPERA, PERO TENGO LA CABEZA ALTA”

Magdi Allam es subdirector ad personam del Corriere della Sera, donde escribe habitualmente artículos sobre el fundamentalismo islámico que le han valido numerosas amenazas de muerte por parte de Al Qaeda y grupúsculos anejos. Al día siguiente de su bautismo, en un artículo aparecido en el más prestigioso de los periódicos italianos, escribía a propósito de su conversión desde la fe musulmana: “Querido director, me has preguntado si no temo por mi vida, consciente de que mi conversión al cristianismo me procurará una enésima, y aún más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes toda la razón. Sé lo que me espera, pero me enfrento a ello con la cabeza alta, la espalda erguida y la solidez interior de quien tiene la certeza de la propia fe. Y seré aún más fuerte después del histórico y valiente gesto del Papa, que desde el primer instante en que conoció mi deseo, aceptó inmediatamente impartirme personalmente los sacramentos de iniciación al cristianismo. Su Santidad ha lanzado un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que hasta ahora ha sido demasiado prudente en la conversión de los musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría islámica y callando sobre la realidad de los convertidos en los países cristianos. Por miedo. El miedo de no poder tutelar a los convertidos frente a su condena a muerte por apostasía y el miedo a las represalias contra los cristianos residentes en países islámicos. Pues bien, Benedicto XVI con su testimonio nos dice que es necesario vencer el miedo y no tener ningún temor a anunciar la verdad de Jesús también a los musulmanes”.

En un tono más diplomático, el P. Federico Lombardi, director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, afirmaba: “Para la Iglesia católica toda persona que pide recibir el bautismo, después de una profunda búsqueda personal, una opción plenamente libre y una adecuada preparación, tiene el derecho a recibirlo. Por su parte, el Santo Padre administra el bautismo en el curso de la liturgia pascual a cuantos catecúmenos han sido presentados, sin ‘acepción de personas’, considerándolos a todos igualmente importantes ante el amor de Dios y bienvenidos en la comunidad de la Iglesia”.

A la hora de escribir esta crónica no se han producido reacciones negativas a esta “conversión” –cuya noticia dio la vuelta al mundo en cuestión de minutos–, pero es de temer que no faltarán invectivas por parte de los sectores más radicalizados del Islam y de algunos católicos que habrían aconsejado una mayor discreción para no dificultar el siempre frágil diálogo con los musulmanes.

DOLOR POR EL ARZOBISPO DE MOSUL

El 12 de marzo apareció muerto, en circunstancias todavía no del todo claras, el arzobispo caldeo de Mosul, monseñor Paulos Faraj Rahho, que, como se recordará, había sido secuestrado por unos desconocidos el 29 de febrero. La noticia del fallecimiento causó al Papa un profundo dolor, como él mismo reconoció tras el Angelus del Domingo de Ramos: “Su bello testimonio de fidelidad a Cristo, a la Iglesia y a sus gentes, que no obstante las numerosas amenazas que había recibido no quiso abandonar, me impulsa a alzar un fuerte y conmovido grito: ¡Basta con las matanzas, basta con las violencias, basta con el odio en Irak!”. Al día siguiente, en la capilla Redemptoris Mater del Vaticano, Benedicto XVI presidió una misa de sufragio por el prelado. “Como el amado arzobispo Paulos se consumó sin reservas al servicio de su pueblo –dijo en la homilía–, así los cristianos de Irak sepan perseverar en el compromiso de construir una sociedad pacífica y solidaria en el camino del progreso y de la paz”.

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