Una Iglesia mística y fraterna, clave para fomentar vocaciones

Ante el proceso de descristianización se apuesta por desterrar prejuicios y crear una cultura favorable

(Marina de Miguel) La falta de ilusión que, a menudo, sienten los bautizados con respecto a su filiación divina es, para Saturnino López Santidrián, director del Instituto Juan de Ávila, perteneciente a la Facultad de Teología de Burgos, la principal causa de la escasez de savia nueva que ha de revitalizar la Iglesia en España.

“Es importante que cada cristiano descubra su verdadera vocación, ya que es el camino concreto que Dios da a cada uno, según sus carismas, cualidades o circunstancias, para que alcance la santidad, la vocación por excelencia”, explica a Vida Nueva, a partir de las conclusiones del XXX Simposio Internacional de Teología del Sacerdocio que, bajo el título Vocación sacerdotal. Teología, pastoral y pedagogía, promovió esa institución académica entre los días 5 y 7 de marzo.

“El problema de Europa, como se recoge en el documento Nuevas vocaciones para una nueva Europa, creado por la Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas en 1997, es que hay una sensación de gente no vocacionada. Se conforman con una especie de oficio, de profesión, pero no se puede dividir la profesión de la vocación. Son indisolubles, Dios es creador de todo lo natural y de todo lo sobrenatural”, afirma. En este sentido, ve en la pedagogía, en “la ­educación buena”, la herramienta que hará que el cristiano descubra sus verdaderas dotes y así recupere la fe en el proyecto divino. “Si toda la gente fuese consciente de su vocación –continúa–, inmediatamente surgirían personas, en especial jóvenes, que notarían que la Iglesia tiene unas necesidades de evangelización, de servicio a la comunidad, de llevarla a los sacramentos, de orientarla, de asumir, en definitiva, el oficio del Buen Pastor para que no ande como un rebaño abandonado”. Por esa razón, según señala, considera que la vocación al sacerdocio tiene relación “con una toma de conciencia de deber participar de un modo singular en la misión de la Iglesia”, lo que implica “mucha disponibilidad y unas aptitudes que sólo pueden ser discernidas en la comunidad presidida por el obispo”.

Salto cualitativo

En el mundo actual, donde se asiste a un paulatino proceso de descristianización, la promoción de nuevas vocaciones sacerdotales exige, en su opinión, “una dinámica eclesial coherente con la comprensión de la misión de la Iglesia en la historia: más mística, fraterna y diaconal”. “Lo fundamental es ser signo de Cristo Pastor, antes que cualquier actividad”, matiza al tiempo que subraya que el sacerdote debe saber que cada momento de la historia es una acción de Dios, por lo que hay que adaptarse e impulsar las cosas buenas de cada etapa.

Con esa preocupación en buscar lo primigenio, la pastoral vocacional ha dado el salto cualitativo y se ha convertido, dice Santidrián, en la “vocación de la pastoral”. “Esto supone nuevas actitudes, como cantar sin miedo y a coro la Buena Noticia de la vocación sacerdotal en el ámbito familiar y juvenil, y quitar todo tipo de prejuicios para crear una cultura favorable”, afirma reconociendo la “necesidad del acompañamiento”, que ha de solucionar la falta de guías del espíritu.

TESTIMONIO DE ALEGRÍA

Otro de los aspectos determinantes que propone Saturnino López Santidrián para la creación de nuevas vocaciones es el “testimonio de alegría que, siendo iconos del Buen Pastor, deben transmitir los sacerdotes como invitación atractiva”. Para conseguirlo, asegura a continuación, la pastoral vocacional debe ser “prioritaria y convergente, no parcial, ni sujeta a determinados momentos”. “La animación vocacional pertenece al presbiterio de modo especial. Se necesita una sacudida para crear un ambiente favorable sobre el sentido de este modo de vida, que trascienda hasta el ámbito civil”, añade.

Puesto que, como recuerda, nada es querido si antes no es conocido, la adecuada pastoral de las vocaciones “sólo puede nacer de la lectura de la Iglesia como mysterium vocationis (misterio de llamada)” o, como recoge el documento Nuevas Vocaciones, “la Iglesia es una comunidad de ‘llamados’ que llaman”. “Toda vocación nace de la in-vocación, del diálogo con Dios, de la vivencia mística. Se reafirma en la ‘con-vocación’ o fraternidad. Alienta a la ‘provocación’ por la interpelación verbal y testimonial (misión), de suerte que nadie puede pasar junto al anunciante de tan buena noticia sin sentirse interpelado”, concluye.

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