Claudette Habesh: “En Tierra Santa no necesitamos que se construyan muros, sino puentes”

Secretaria general de Cáritas Jerusalén

(José Carlos Rodríguez Soto-Fotos: Luis Medina) Encuentro a Claudette Habesh un día de invierno suave en la oficina de Cáritas en Madrid. Esta mujer palestina menuda, que sonríe sin parar y mira directamente a los ojos con sinceridad, comunica la energía que sólo se encuentra en quienes llevan años derrochando la convicción de que merece la pena trabajar por la paz en lugares en conflicto. A lo largo de la conversación repite una y otra vez que “la paz es posible”. Cuando le menciono que conozco la labor de Cáritas en muchos lugares de África, me responde: “En todas partes la Iglesia es una luz de esperanza”.

Directa, afable, curtida en lugares de pobreza y desesperación, se percibe desde el primer momento que la secretaria general de Cáritas Jerusalén es una mujer que, cuando habla, no se anda por las ramas. Por eso comienza hablando de la historia más reciente del conflicto, cuando en 1948 el pueblo palestino fue desposeído de su tierra natal para crear el nuevo Estado de Israel sobre el 78% de la Palestina histórica. Más de 750.000 personas se convirtieron en refugiados. “Yo soy uno de ellos; perdí mi hogar, mi muñeca y la comodidad de mi cama cálida. Sin embargo, como otros más que sufrieron las consecuencias de la guerra, trabajo inexorablemente para construir una conciencia para nuestra causa justa y tender mi mano a la paz”.

Su visita a España coincidió con uno de los peores recrudecimientos de la violencia en la franja de Gaza que se recuerdan en los últimos años. En uno de los raros momentos en que agacha la cabeza mientras habla, menciona con tristeza a los niños que mueren en los constantes ataques que asolan Palestina. Muchos tienen nombres y rostros muy familiares para ella, como Yacoub, un niño palestino de seis años, y Osher, uno israelí de ocho. “Recuerdo a los dos tumbados en la cama en el mismo hospital israelí, ambos víctimas inocentes del continúo conflicto. Ambos estaban intentando curar sus heridas físicas y emocionales. Yacoub fue herido de metralla en un bombardeo en Gaza mientras asistía a una boda con su familia. Osher fue herido en Sderot, una ciudad hebrea a tres kilómetros al norte de Gaza. Un cohete ‘Quassam’ fue lanzado desde Gaza mientras caminaba por la calle con su hermano, también herido, cuando iban a comprar un regalo para su padre. Cuando vi a estos dos niños pensé que su proximidad en sus sufrimientos era un signo de reconciliación”.

Devolver bien por mal

Más impactante es el testimonio de otro niño palestino de seis años, muerto de un tiro por un soldado mientras jugaba en las cercanías del muro que levanta Israel. “Sus padres lo llevaron a un hospital en Israel, pero no se pudo salvar su vida y donaron sus órganos para ayudar a seis niños israelíes que esperaban un transplante. ¿No es esperanzador que haya gente que devuelve bien por mal y convierte la muerte de un hijo en ocasión para dar vida a otros?”.

Esta esperanza hace que Claudette Habesh arranque incluso rasgos de humor en medio de situaciones de desastre total: “¿Ha oído hablar de lo que ocurrió en Gaza el día de San Valentín? Allí se exportan grandes cantidades de flores, pero debido al bloqueo de Israel, aquel día no se permitió a los cultivadores sacar sus ­claveles a los mercados de exportación y perdieron el día más importante para su negocio. Como protesta a una temporada perdida fueron a los puestos de control y arrojaron sus flores al ganado. Así que ya ve usted que Palestina es el único lugar del mundo donde ovejas y carneros celebran el día de los enamorados comiendo flores”.

Claudette Habesh detalla los orígenes de Cáritas Jerusalén en junio de 1967, justo una semana después del fin de la Guerra de los Seis Días: “La Iglesia respondió inmediatamente a la emergencia que creó esta situación ­inesperada. Hoy, cuarenta años después, las cosas no han cambiado para bien, sino que han empeorado, y por eso tenemos que seguir con trabajos de emergencia. Contamos también con proyectos de desarrollo, sobre todo los microcréditos, que tanto ayudan a la gente a mantener su dignidad. también dos centros de salud en los territorios ocupados y en la franja de Gaza, y un programa de apoyo psicosocial para ayudar a miles de niños y mujeres que sufren traumas profundos a causa de la violencia”.

En su opinión, la pobreza se ceba más en la población palestina debido al muro y a los controles militares. Sobre el primero, de ocho metros de altura en algunas partes –“dos veces la altura del Muro de Berlín” y una “zona de choque” de 30 a 100 metros de ancho con vallas eléctricas, trincheras, cámaras, sensores y patrullas militares, según subraya– denuncia que “se está construyendo sobre todo en territorio cisjordano, incrementando la expropiación israelí de tierras palestinas y recursos hídricos, prohibiendo a los agricultores palestinos cultivar estas tierras. Cuando esa barrera esté terminada, habrá anexionado el 47% de Cisjordania. La población palestina (incluyendo la que vive en la franja de Gaza) estará viviendo en solo el 12% de la Palestina histórica. Esto incluye más de 260.000 palestinos del este de Jerusalén, que estarán completamente aislados del resto de Cisjordania. El 98% de los colonos israelíes estará dentro de las zonas anexionadas. Este muro, de 670 kilómetros, ha sido erigido no sólo por razones de seguridad, como proclama Israel, sino para expandir los asentamientos israelíes, lo que cambiará la geografía de la tierra donde se supone que los palestinos van a crear un Estado económico, social y políticamente viable. El muro creará enclaves palestinos desprovistos de tierra fértil y agua, dificultando la creación de un Estado homogéneo. No en vano, Juan Pablo II dijo en su día que Tierra Santa no necesita que se construyan muros, sino puentes”.

Además, el muro tiene otras consecuencias graves: “Belén se ha convertido en una prisión. Hace unos días quise ir allí a rezar y no me dejaron pasar en el puesto de control. Si un cristiano no puede entrar a la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén, y un musulmán no puede tener acceso a la mezquita de Al-Aqsa (ambos lugares en Jerusalén), ¿qué clase de libertad de cultos es ésa?”.

 También los puestos militares de control aumentan la pobreza de los palestinos. “En Cisjordania tenemos 570, y eso que el ministro de Defensa dijo hace tres meses, cuando eran menos de 500, que iban a reducir su número. Como consecuencia, la gente que tiene que desplazarse para trabajar no puede hacerlo, y como no cobran sus salarios, sus familias no tienen dinero para comer, pagar la escuela o las medicinas”. Por si fuera poco, después del triunfo de Hamás en las elecciones de 2006, los países donantes suspendieron el apoyo financiero a la autoridad palestina durante año y medio: “Esto quiere decir que el Gobierno no pudo pagar a sus 165.000 funcionarios. Multiplique por cinco esta cifra y sabrá el número de personas que se quedaron sin ingresos, un tercio de la población”.

Paz para todos

Con 22 de años de trabajo en Cáritas a sus espaldas, no ahorra palabras para señalar que “la causa de todo esto es la ocupación continuada del pueblo palestino por Israel”, algo que, en su opinión, mucha gente aparentemente bien informada no tiene muy claro: “Hace dos años hubo una encuesta en Escocia y un 72% de las personas entrevistadas respondieron que eran los palestinos quienes ocupaban Israel”. ¿Cómo se solucionará el problema? Como respuesta, cita la famosa frase de Pablo VI: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”. “Para nosotros, la justicia que traerá la paz quiere decir poner fin a esta ocupación para poder vivir libres”. Y se apresura a matizar que esta paz beneficia a ambos pueblos: “Sólo los palestinos pueden dar la paz a los israelíes, los cuales deben entender que nunca conseguirán una paz duradera a base de matar o robar tierras. Nuestro patriarca católico, Michel Sabbath, ha dicho siempre que es obligación de la Iglesia no tomar partido por Israel en contra de Palestina, o por Palestina en contra de Israel, sino trabajar con todas las partes”.

La respuesta de la comunidad internacional es vital para conseguir la paz, dice, aunque cree que las intervenciones realizadas hasta la fecha dejan mucho que desear. “En enero, el presidente George W. Bush visitó Israel y dijo que antes de que concluya 2008 habrá un Estado palestino, pero los que vivimos allí no vemos que se esté haciendo nada para que esto se convierta en una realidad. También el Cuarteto (Unión Europea, Estados Unidos, Rusia y Naciones Unidas) ha reactivado la idea de la ‘Hoja de Ruta’, una propuesta de paz que presenta fases claras y tiempos de ejecución para volver al proceso de paz, y ha nombrado a Tony Blair enviado especial, pero tampoco vemos nada tangible”. Este escepticismo tiene su explicación. Claudette desgrana una letanía de promesas incumplidas desde los Acuerdos de Paz de Camp David, en 1978: “Allí dijeron que nunca se construirían asentamientos en tierras palestinas de propiedad privada, y hoy ya son 120, y se siguen construyendo. Si Israel quiere la paz, ¿por qué sigue expropiando tierras palestinas? Si nos quitan la tierra, ¿cómo construiremos un Estado viable? Ni el bloqueo de Gaza, ni los bombardeos, ni los asesinatos selectivos, ni las incursiones militares son el camino hacia la paz”.

A veces se acusa a Hamás de haber agravado la situación en Palestina. Para ella, hay que preguntarse primero cómo llegaron al poder: “El presidente de la Autoridad Palestina y su partido, Al-Fatah, prometieron mucho a la gente, pero fueron incapaces de cumplir sus promesas porque no obtuvieron la ayuda de la comunidad internacional. La frustración empujó a muchas personas a votar por Hamás”.

Sobre el papel de la Iglesia en lugares conflictivos, apunta la tarea de “traer amor cristiano a todos en esta tierra a través de nuestro trabajo humanitario, sin olvidar que el Señor también nos urgió a cambiar las cosas y trabajar por la paz”.

La Iglesia siempre se ha esforzado por proporcionar servicios sociales y proclamar el mensaje evangélico. “Pero la Iglesia es también una institución poderosa que tiene la capacidad de alzar su voz contra la injusticia y adoptar posiciones más activas para terminar con los abusos”, señala. Una de estas acciones  es formar las conciencias de las nuevas generaciones, algo que Cáritas Jerusalén realiza con un programa de educación para la paz, actividad no exenta de dificultades: “En uno de nuestros talleres, un joven me dijo: ‘Es una pena que hoy esté aquí hablando con un joven israelí sobre la necesidad de vivir juntos de forma pacífica y mañana me lo encuentre apuntándome con un fusil en un puesto de control’”.

Ante este panorama desalentador, no es de extrañar que muchos cristianos árabes hayan abandonado el país. Sin embargo, ella, Claudette Habesh está convencida de que no es la mejor elección: “A mí nadie me obliga a permanecer allí; estoy porque quiero a mi país”. Esta esperanza la lleva a creer que es el trabajo contra viento y marea el que operará el milagro de la semilla que crece, germina y da fruto a pesar del ambiente hostil: “Cáritas trabaja para todos los hijos de Dios, ya sean cristianos, musulmanes o judíos”, algo que no sería posible sin la ayuda de la Iglesia en otros países: “Tenemos mucho que agradecer a Cáritas Española y a las delegaciones  diocesanas que nos ayudan”.

Estas palabras podrían recordar a san Pablo pidiendo a los cristianos de Corinto que ayudaran a la comunidad de Jerusalén, a la que también Claudette se refiere como “la Iglesia Madre”. Y, con un gesto de resignación, concluye: “Por favor, no dejéis que la Iglesia Madre acabe por convertirse en un museo”.

INFANCIA PERDIDA

Claudette Habesh es una de los 750.000 palestinos que se convirtieron en refugiados cuando, hace ahora sesenta años, se creó el Estado de Israel. Por eso su infancia son, también, recuerdos de pérdidas: un hogar, un juguete infantil, la calidez de una cama… Pérdidas como las que se siguen registrando estos días en aquellas tierras, de nuevo atravesadas por la barbarie, con matanzas, por ejemplo, en una escuela talmúdica de Jerusalén e incursiones militares israelíes en territorio palestino. Víctimas a ambos lados del muro, como esos niños –un palestino y un israelí– con los que se encontró en un hospital. Cuando los vio juntos, recuerda, “pensé que su proximidad en sus sufrimientos era un signo de reconciliación”.

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