Julio Falagán Fernández: “Me enamora la fraternidad de los empobrecidos”

Misionero en Nicaragua

(Texto: Marina de Miguel-Foto: Luis Medina) “Nicaragua es el lugar del que nunca me podré llegar a ir, me siento plenamente identificado”. Aunque nacido en Fresno de la Valduerna, un pueblo cercano a La Bañeza (León), Julio Falagán Fernández, sacerdote diocesano ordenado en Astorga, encontró en el país latinoamericano un cálido hogar, no exento de nuevos retos, donde hacer realidad su compromiso misionero. “Es como un virus que llevo dentro. Quisiera que toda mi vida estuviese al servicio de la misión”, comenta recordando los diez años que estuvo en la “cuna” de Rubén Darío y de tantos otros artistas pues, como apunta, “los nicaragüenses son muy creativos”.

La frágil salud de sus padres es lo que le obligó, hace unos meses, a regresar a España. Pero, como miembro del Equipo de Formación y Animación Misionera (EFAM) del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME), sigue contribuyendo a alentar la llama de la “Iglesia más viva”, según la define Julio. “Recomiendo a los jóvenes sacerdotes y seglares que durante un tiempo fueran a conocer otro mundo y se dejen interpelar por él”, sugiere. Estas palabras, que cobran mayor trascendencia ante la celebración, el 2 de marzo, del Día de Hispanoamérica, son fruto de su deseo de “vivir la fe con un riesgo total y dedicarse a los empobrecidos”.

“Me impacta cómo las personas que están enfermas, sufren o han sido golpeadas por la pobreza tienen gestos muy profundos de fraternidad, solidaridad y compañía que casi nunca son reconocidos. Eso te enamora”, confiesa dejando vislumbrar, quizás, una pequeña sonrisa de nostalgia.

Paradójicamente, su periplo por esas tierras –antes había trabajado en varios pueblos de Galicia y en La Cabrera de León– no empezó con buen pie. Junto a los compañeros que le fueron a recoger al aeropuerto, allá por julio de 1998, se encontraba un ser apenas insignificante y mucho menos cordial: el stegomyia aegypti o mosquito portador del dengue. Afortunadamente, fue un contratiempo que se subsanó sin ninguna complicación y pudo desarrollar su labor en el pueblo costero de Nueva Guinea, cuya catedral se construyó en abril de 2007.

Faltos de futuro

Si geográficamente Nicaragua está marcada por los lagos y los volcanes, paisaje que se completa con bajas montañas, selva y el abrigo salado del mar Caribe y el océano Pacífico, sus moradores, en su mayoría creyentes, se caracterizan por su corta edad: el 75% de la población es menor de 27 años. Lamentablemente, la esperanza de futuro que para cualquier otro país representan las nuevas generaciones, en este caso choca contra el duro muro de la realidad. “El principal problema que tienen los jóvenes nicaragüenses es una falta de perspectiva, no pueden aspirar a tener una vida digna. Por eso, su único afán es emigrar a otros países”, comenta el misionero, apuntando como posible solución el fortalecimiento de la industria nacional y la organización interna, con lo que se evitaría su excesiva dependencia de los Estados Unidos.

Junto a la pobreza, la cruda violencia –en Nueva Guinea se registran alrededor de 60 asesinatos al año– es otro de los males que más preocupa a Julio Falagán. Sin embargo, a pesar de todas estas dificultades, no puede dejar de sentir que merece la pena estar en países como éste, porque, a su juicio, “la población tiene valores muy originales, que coinciden con los del hombre y la mujer originales”. “No se han dejado ‘materializar’. La posesión de muchos bienes hace que el corazón se descentre, igual que  una puerta que se ha movido de su quicio y gira en el sentido contrario”, concluye el sacerdote leonés.

En esencia

Una película: La Misión, de Roland Joffé.

Un libro: El Quijote.

Una canción: La muralla, de Ana Belén y Víctor Manuel.

Un rincón del mundo: La Cabrera, en León.

Un deporte: el ciclismo.

Un recuerdo de la infancia: las fiestas patronales en mi pueblo.

Una aspiración: poder convivir y trabajar en un país de realidad musulmana.

Un deseo frustrado: estudiar Sociología.

Una persona: cada una de las que he conocido.

La última alegría: la inauguración de la iglesia en mi parroquia de Nicaragua y la despedida que me hicieron.

La mayor tristeza: la violencia en todas sus manifestaciones.

Un sueño: que la justicia y la paz sean valores compartidos por todos.

Un regalo: cualquier llamada de teléfono, una conversación.

Un valor: la justicia y la compasión.

Me gustaría que me recordasen por… cuando uno ha cumplido su misión, es bueno ir desapareciendo poco a poco.

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